jueves, 11 de octubre de 2018

El nini


El nini

¿Entonces?
Ay, mamá…
Yo solo decía.
¿Eso es lo que quieres?
Que yo solo decía. ¿Quieres más frijolitos?
No quiero más frijolitos y deja de molestarme.
Es que yo veo a los otros muchachos, que ya hasta tienen su casa y…
Y qué.
Y se responsabilizan.
Mamá.
Yo pensé que ahora que ya eres gobernador, podrías buscar una casa bonita, y casarte… y eso que hacen todos.
Como no vivir con sus papás.
Que yo solo decía.
Mamá, todavía no tomo posesión y ya me andas echando de la casa.
Pero mijo.
No me quieres.
Cómo dices eso. Por qué me dices esas cosas.
Pues eso parece.
¿En serio no quieres más frijoles? Les puse huesito de aguacate, como te gustan.
Que no quiero más frijoles. ¿Ya?
Mira al otro muchacho.
A qué otro muchacho.
Al que le ganaste.
¿Ese qué?
Ese no vive con sus papás.
Peor tantito, su papá lo quería poner de gobernador.
No andes hablando mal de los otros.
Su papá lo quería poner de gobernador.
No hables mal de los otros que ya no estás en campaña. Ese muchacho habría sido un buen gobernador.
Qué estás diciendo.
Nada, yo solo digo.
Qué estás diciendo, mamá.
Que no estoy diciendo nada.
Mamá…
Qué.
Mamá, dime la verdad, ¿por quién votaste?
El voto es libre y secreto.
Mamá…
Yo solo digo que ese era muy buen candidato, y no tiene nada de malo que la gente vote por él.
¿Votaste por él, mamá?
No te lo voy a decir. Libre y secreto.
Mamá. ¿Votaste en mi contra?
Pinche chairo.
Mamá. Votaste por ese wey.
Yo no dije eso.
Ya que quieres que me vaya de la casa, aunque fuera por eso, por qué no votaste por mí. Así si ganaba, me iba de gobernador y ya no te molestaba.
Ja… para lo que sirvió.
Que todavía no tomo posesión.
Mijo, ¿me estás diciendo que en diciembre te vas de la casa?
No estoy diciendo nada. Estoy diciendo que apenas pasaron los cómputos distritales y tú ya me andas echando.
No voltees las cosas. Yo no quiero que te vayas.
Eso parece.
Ya sabes que esta es tu casa y que siempre va a ser tu casa aunque te vayas a otro lado ahora que te den tu hueso.
Eso está mejor.
¿Y para cuándo dices que tomas posesión?
No voy a hablar más del tema. Y deja de querer servirme frijoles.
¿Y ese señor, el que te hizo la campaña?
De quién hablas.
Del canosito. El que dice de la mafia del poder y esas cosas.
Ah, ese. Ese qué.
¿Ese también vive con sus papás?
Por si no sabes, para que no andes hablando mal de la gente… él tiene su propio departamento.
¿Ya ves lo que te digo?
No, no veo lo que me dices.
Él no vive con sus papás.
Tiene como setenta años, claro que no vive con sus papás.
Ay, Dios mío. ¿En serio estás esperando cumplir setenta años para mudarte?
Me lleva… me lleva…
Ya, ya no digo nada.
Está bien. Échame más frijoles.
¿No que ya no?
Y las tortillas ya se enfriaron. Carajo.

martes, 2 de octubre de 2018

El plomero y la gendarma


El plomero y la gendarma

Luis Enrique Gutiérrez O.M.

—Mi marido es policía.
Esa es la definición de dar dos respuestas en una. Las dos muy malas, ninguna de ambas solicitada.
La había conocido en la fila del súper. Era menudita. Como la vi medio chacha le dije que yo era plomero. Cosa que no me creyó. Como ella me vio medio mamón y bañadito me dijo que tenía un puesto en el tianguis. Yo ni le creí ni no, me valía madres si vendía pollos destazados o lavaba ajeno. Y ya emparejadas las condiciones sociales, cual debe ser, estuvimos cogiendo por tres meses. Ella iba a mi departamento, no este, el de Vistas, en el que estuve como tres años. Yo nunca iba a su casa.
—Para ser plomero, tu departamento es muy bonito y al excusado hay que jalarle el hilito con la mano.
Yo debí responderle que para tener un puesto de ropa en pacas en el tianguis se vestía como si fuera a meterse a limpiar el tinaco. Pero soy un caballero y guardé silencio.
—Mi marido es policía, pero no te apures, ya le dije “de lo nuestro”.
Puta madre. Con razón casi siempre venía de noche.
—No me digas que trabaja en el turno de noche.
—A veces, normalmente veinticuatro por cuarenta y ocho.
Puta madre, con razón casi siempre venía de noche y a veces se quedaba todo el día. Veíamos series gringas. Yo preparaba medias noches con jamón o sopa de coditos y nos poníamos a ver series gringas de un tirón. No hablábamos mucho, solo veíamos series gringas y cogíamos. Aunque con tanta media noche y coditos, más que estadas románticas esas parecían fiesta infantil de clase media baja. Solo nos faltaba el payaso que se pierde a fumar mota entre número y número.
—¿Y qué es eso de “lo nuestro”?
—Lo nuestro. Qué más.
Eso no me estaba gustando nada.
—¿Y cómo tomó eso de “lo nuestro?
—Ya te dije que no te apures. Anda de huída. Parece que el muy hijo de puta era de esos que desaparecían cabrones con el gobernador anterior y lo van a refundir en Pacho Viejo veinte años.
Se puso a llorar. Cosa que no entendí. El que tenía que estar llorando era yo.
—Es que nunca me dijo nada de eso. Nunca sabes con quién duerme.
—Y me lo dices a mí. ¿Crees que estemos en peligro… que se vaya a tomar a mal la cosa o algo así?
—No para nada, yo no. Es un desgraciado pero que me quiere mucho.
—Me acabas de tranquilizar.
—Ya te dije que lo van a entambar hasta que le cuelguen las tetas.
—Pero anda de huída.
—Para eso de desparecerse es una bala.
Esa tarde ya no fue como otras. Sí, cogimos. Sí, vimos serie gringas. Sí, comimos medias noches con jamón y mayonesa y sopa fría de coditos con galletas saladas. Pero nada era lo mismo. Cuando llegó el idiota de Amazon a entregar el Manual de Plomería que yo había pedido desde hacía tres meses me traté de esconder debajo de la cama. Pero no cupe. Ella terminó abriendo a pesar de que le pedí que por nada del mundo se acercara a la puerta ni hiciera ruido. Pero no entendió la clave de “no hay nadie en casa” y fue por el paquete. Lo abrió frente a mí. Lo estuvo hojeando y ojeando y luego me lo dio y seguimos viendo la cuarta temporada de Jomlan por cuevana. Así es la vida.
Esa fue la última vez que nos vimos. Nos seguimos mandando algunos mensajitos. Yo evitaba preguntarle por la fuga de su marido y ella evitaba preguntar si ya había leído el puto librito. Después los mensajes cesaron. Un día le escribí uno y me dejó en visto.
Hace poco la vi en un semáforo. Estaba de uniforme. No de agente de tránsito, sino de esas auxiliares que te están pitando para que te apures y luego te detienen de golpe para que pasen la calle siete tullidos caminando de espaldas. No me vio. Bueno, sí me vio pero no me vio. Ni siquiera me sonrió. Solo silbó un poco más fuerte, yo di vuelta y sentí esa cosita rara que sientes en la panza cuando sabes que la regaste, y bien gacho, en el amor. Así pasa.