viernes, 13 de febrero de 2009

Emilio Carballido en un trozo de azogue

Hoy 13 de febrero es día de luto oficial en el Estado de Veracruz-Llave y si la República del Teatro tuviera un poquito de memoria y oficialidades lo sería también entre nosotros. Hace un año, en este día, murió el que hasta ahora ha sido, sin duda, el dramaturgo más importante de lo que entendemos como México. No estoy seguro que haya sido el mejor, no me meto en esas camisas del arbitrio, pero no podemos negar que la importancia de su obra, la cantidad, calidad y difusión de la misma, no ha sido alcanzada por algún otro escritor de la escena nacional.
La obra de Carballido marca la cúspide de un proyecto nacional, en el que, con sus pequeños asegunes, el Estado y la intelectualidad caminaron bajo la misma sombrilla y tomados de la mano. La idea del pueblo, así, "el pueblo", en abstracto, fue sustituyendo a la misma memoria histórica como elemento de unidad nacional, ya no era importante si éramos los descendientes de Cuauhtémoc, Cortés o La Malinche, porque en esto no terminábamos de ponernos de acuerdo y cada vez nos renococíamos más heterogéneos. Si eras güero de ojo de agua o un prietito pelos de elote, no importaba, éramos mexicanos, éramos pueblo. Y el pueblo, la masa, era celebrada por el Estado y estuvo presente en buena parte de la obra del Caballero 101, y más que presente, era objeto de celebración. Nuestro poder estaba en reconocernos como pueblo. Bueno, después vinieron las crisis que todos conocemos y ahora si al canalla en turno de Los Pinos se le ocurre lanzar algo como: "Los mexicanos queremos la paz", le vamos a responder con dramas de ametralladoras a fuego cerrado. Ahora, por lo menos, la unidad del Estado y la intelectualidad nos parece, más que lejana o ajena, francamente ridícula. Pero en tiempos del hijo predilecto de Córdoba no era así, y hay que leerlo en su contexto, reconocerlo en su contexto.
Acá en Xalapa se le recordó poco, muy poco. Y eso que apenas es el primer aniversario. Será la crisis, será San Valentín. Qué triste un pueblo que no recuerda a sus poetas, qué tristemente húmedo, podrido. De qué sirve, para quién, intentarse poeta en este país de bárbaros sin letras.
Vivan siempre nuestros poetas. Viva por siempre Emilio Carballido. De ellos el tiempo y la tierra ajena. Para él, una rosa en su día. Yo quiero morir también en el tiempo de las rosas y los chocolates.
LEGOM