domingo, 2 de noviembre de 2008

Diario de un varón caucásico, heterosexual, con horario de 9 a 5

Todo este engorroso cuento comenzó porque un amigo querido, de quien no debería decir el nombre pero se llama Raúl Santamaría, tuvo a bien intentar que yo haga mi trabajo, por el que me pagan. En un correo electrónico, el muy iluso me pidió que le armara un glosario “chistoso” basado en ciertas palabras que escogió de Lisístrata, la obra de Aristófanes que la Compañía está llevando a las facultades como parte de un programa educativo del que nadie entiende precisamente eso de educativo. Y digo que el asunto es engorroso por dos motivos, primero porque no soy, contra lo que piensa el noventa y tantos por ciento de mis ágrafos conciudadanos, un labrador de chistes, que en mis obras se ría la gente se debe más a ciertas diferencias que tenemos el público y su servidor de entender la tragedia. Es verdad, se ríen, pero ni escribo chistes, ni siquiera por encargo, cuantimenos si nos de griegos. El humor de los griegos es algo extraño: Aristófanes lo pretendió y sí, se ríen los idiotas, pero hay que ser idiota para reírse, o griego, qué sé yo. Homero es el más chistoso, pero no se lo propuso, Luciano de Samósata es acaso un buen e intencionado humorista, pero apenas era medio griego. El motivo del buen Raúl era sin duda noble: pretendía con este glosario explicar a los universitarios, más que las palabras que ellos no entienden, las que el propio Raúl tuvo que buscar en más de un diccionario, así que incluyó hasta una serie de nombres propios de personaje que si se tradujeran literalmente significarían algo como “Caca de perro”, “La del chango podrido”, “El que meó a la yegua”, y cosas así, los griegos eran realmente curiositos a la hora de nombrar a sus hijos, y si ponía yo estos nombres en el glosario me acusarían, no sin razón, de grosero y pendejo, y en un descuido me retiran los servicios de hemodiálisis que tan gentilmente me paga la Veracruzana. Pero ahí está el pero, no podía negarme, con todo y dignidad trágica, no podía negarme. así que me puse a redactar el jodido glosario y apenas pude lanzar dos chistes, ambos malos, entre todas las cartonudas definiciones que les resumí. Y la culpa es de Boris. Boris tiene la idea de que no trabajo lo suficiente para lo que me pagan, así que a cada rato anda por ahí inventando maneras e ponerme a desquitar mis sangrías vespertinas. Un día, Boris tuvo la genial idea de negociar con el periódico local, joya de la mediocridad, que cada que la Compañía presente función, de lo que sea, nos van a publicar una nota periodística y, obviamente, quien las redacta es este humilde escribano. Cuando tenemos dos obras en temporada tengo que soplarme seis notas semanales de por lo menos una cuartilla, lo malo es que cuando una obra lleva más de dos meses en cartelera ya no sé de qué diablos escribir, ya hablé de la historia, del autor, ya hablé de todos los personajes y dije que todos los actores de la titular son la reencarnación de Sarah Bernhart pero en femenino y con dos piernas, ya hasta platiqué toda la trama y encontré dieciséis maneras de mentirle al público para que vaya a ver una obra que yo no veo porque eso sí no está en mi contrato, en fin, ya no sé de qué escribir, y es cuando le hablo a la gentil Marichucha y le doy la instrucción mágica, una instrucción qué es más un ruego de mi parte: Marichucha de mi amor: recicla que el mundo se está acabando y yo también. Y ella agarra una nota vieja y la manda como nueva después de darle una planchadita. Bueno, esa fue una de las ideas de Boris, pero tiene muchas, si hasta eso es muy ingenioso para buscarme ocupaciones, lo que pasa es que a Boris no le puedo decir que no, simplemente nunca le he podido decir que no, y no lo he intentado, y ahora que es mi jefazo, menos. Otra de sus grandes ideas fue la de ponerme a trabajar con los actores en unos monólogos, de los que solo voy a decir ahora que me saquearon mi biblioteca de las religiones, se la partieron como chivo en birriería y de paso me esfumaron mi ejemplar del Gilgamesh, que aunque más baratón fue el que más me dolió. En qué acabó el asunto del glosario de Santamaría, no lo sé, no me importa y no redacto chistes.

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