Es difícil hablar del personaje en este país
por la serie de discrepancias y equívocos para nombrarlo que se han ido
acumulando, tanto en la historia de Occidente, como las muy propias de nuestro
país y, particularmente, de la academia y nuestro medio teatral.
Los equívocos comienzan con el mismo
Aristóteles, sus lecturas sesgadas, sus traducciones forzadas y,
particularmente, la ridícula traducción que hizo de la Poética Juan García
Bacca, a quien, a propósito de esto, Valentín Garía Yebra, en la muy autorizada
versión trilingüe de Gredos, dedica varias páginas de agudos reproches.
El mismo hecho de seguir considerando a
Aristóteles punto de partida para el análisis del personaje, o cualquier
análisis del relato en general y el drama en particular, sigue siendo la gran
piedra que cuelga sobre las cabezas de nuestros pensadores del teatro, al grado
que se ha vuelto fórmula general el uso del término “aristotélico” para
referirse a todo lo que entendimos por teatro y drama durante dos mil
quinientos años y el de “no aristótelico” para esos intentos de erosionar el
modelo que, comenzaron el siglo pasado, y ahora ya están más que reventados,
incluso, para sorpresa del púlpito, en las formas más convencionales que
tenemos de entender estos conceptos al día de hoy.
Resulta ridículo, pues, seguir tomando como
referencia a Aristóteles, cuando el siglo veinte produjo formas mucho más
claras y sin errores de traducción que analizan el relato y sus categorías,
mejores y más intencionadas que las que se presentan en esa colección de
apuntes para clase que nos llegó del Estagirita. Es verdad que Propp coincide
con Aristóteles en un principio al solo observar al personaje en acción, y
pueden encontrarse puntos en común entre el pratton aristotélico y las
funciones de Propp, pero cualquiera que haya leído a los dos encontrará rápido
que el ruso llega a un lugar similar pero partiendo de hacer una extrapolación
de las herramientas de la biología para el análisis taxonómico. Le doy mucha
importancia a esto porque buena parte del pensamiento sobre el drama que se
produce en el siglo veinte tiene su origen en los intentos de Vladimir Propp por
analizar los cuentos tradicionales rusos, aun cuando este pensador haya sido
rebasado con rapidez.
El problema de los
nombres
Pero concedamos su lugar al sabio griego, y no
lo desechemos para el asunto de los nombres, porque quedamos que de él parten
todos los problemas. Lo que se traduce como “personaje” en buena parte de las
traducciones, se refiere principalmente al uso que hace Aristóteles de dos
palabras: “prattón” y “ethos”. En otras partes, claramente el sujeto de la
oración está obviado en el griego, por lo que el traductor opta,
convenientemente, por enunciarlo. De estos tres conceptos parte, pues, todo lo
que quienes toman la Poética como referencia para hablar del personaje. Curioso
es que ninguno de los dos primeros se refiera propiamente al personaje y el
tercero solo lo suponga. Eso sí, cada uno de los tres se acerca, roza el
término, y lo pasa de largo.
El caso del prattón es el más sólido. Con él se
refiere Aristóteles a “el que hace” y no a la figura precisa del personaje en
el momento de hacer. Trato de explicarme: es como cuando usamos el arcaísmo
“rompido” sobre la forma actual del participio pasivo para romper, que es
“roto”. En “rompido” estaba la acción no esencializada sobre el sujeto, pero
como consideramos, que cuando algo se rompe ya se rompió, con el tiempo fuimos
prefiriendo “roto” porque “roto” se integra a la esencia del sujeto,
entendiendo, pues, que no es algo que le pasó al sujeto y nada más, sino que es
algo que modificó su esencia. Lo roto, pues, roto está. Así, Aristóteles, no
está reconociendo un ente hacedor en el pratton como tal, se queda solo
observándolo en el momento de hacer pero no reconoce, como en ninguna parte de
su obra, el constructo ficcional que se crea a partir de las acciones: el
personaje. Eso no quita méritos, en el pratton es la primera vez que
encontramos, aunque líquida, mención a esa parte del personaje que la teoría
moderna ubica en el “hacer”.
Los problemas de interpretación para “ethos”
son los menos sostenibles. No hay duda en ninguna parte de la obra de
Aristóteles lo que quiere decir con “ethos”, que se traduce correctamente como
carácter. Pero a lo largo de la Poética, Aristóteles habla sin mucho distingo
entre la cosa y su representación, así, se refiere a veces con “ethos” lo mismo
al carácter de los hombres que a la representación del carácter de los hombres.
El detalle es sutil y sería vano detenerse en él, si no fuera porque toda la
poética está fundada en el concepto “representación”. Entonces, aun cuando le
diéramos el beneficio de la duda y entendiéramos que “ethos” se refiere
propiamente a la representación del carácter de los hombres, lo que nos pondría
cerca del “pratton”, pues como bien sabemos, el carácter es la forma en la que
el pratton hace su trabajo en el drama y por lo tanto es la parte más
importante del “hacer” del personaje, aun en este caso, no está hablando del
personaje como tal. Así, cada que un tarado me viene con el cuento de que
Aristóteles dijo que la acción siempre es más importante que el personaje, ya
de plano solo me sonrío. No solo tendría que explicarle sus errores de
formación, tendría que detenerme a explicarle con cuidado que el concepto de la
“acción” no puede separarse, y por lo tanto, ponerse encima, del de
“personaje”. Sonrío pues.
Entonces, en Aristóteles no estaba nombrado el
personaje. Ni nombrado ni reconocido más que parcialmente. La confusión de los
nombres continúa inmediatamente después de su muerte, con Los caracteres de Teofrasto. (No es por ser chismoso, pero todo
mundo sabe en Atenas, y por acá, que Teofrasto era el killer de Aristóteles).
Con Teofrásto por primera vez tenemos un nombre para el personaje: carácter.
Esto abonará en el tiempo a la confusión de términos. Por una parte tenemos en
la Poética el término “ethos”, que se
traducirá incorrectamente como “personaje” y de forma correcta como “carácter”;
por la otra, tenemos ya con Teofrasto la palabra “carácter”, que se traduce
como carácter, pero que se refiere a “tipo” en cuanto a gramática del
personaje.
Hasta que el personaje comenzó a dividirse en
“ser” y hacer”, era muy válido entenderlo por una construcción de “tipo” y
“carácter”, construcción que además era suficiente para entender y dividir
todas las formas de personaje hasta antes del naturalismo. El modelo no solo
era fácil de explicar, sino fácil de encontrar en los textos dramáticos de
referencia: un tipo es una idea general del hombre (tal como los tipos que presenta
en sus Caracteres Teofrasto) y el
carácter un rasgo que lo particulariza, que lo separa de esa idea general, que
no necesariamente tiene que ser solo una forma de hacer, un “ethos”. Entonces,
si en Teofrasto encontramos tipos llamados “caracteres”, y por otra parte,
usamos carácter tanto para referirnos al “ethos” como a todo lo demás, bendito
Dios, no hay quien entienda. Si a esto le sumamos que en algunas lenguas, como
en el inglés “carácter”, carácter es sinónimo de personaje, aquí apareció el gordo
con el leño y todo valió madres.
En resumen, en este país podremos comenzar a
hablar del personaje, de su estructura, de sus relaciones, cuando dejemos de
tomar como referencia a los griegos. Dejar de citar a lo pendejo a Aristóteles,
tanto para afirmarlo como para negarlo, ayudaría bastante. Decirle “personaje”
al personaje, también. Comenzar a desglosarlo y construirlo por categorías del
“ser” y el “hacer” y entenderlo como un vector en construcción, ya sería el
dulce.
Estrambote
Querido teatrero mexicano: sé que me lees en
bola y por montón cuando digo chingaderas de la gente. Sé que casi nadie lo
hace cuando hablo en serio. Ni mientas ni saques inútiles pretextos: me lo dice
el contador del blog. Y el contador del blog no miente. Desde hace tiempo tengo
asumido, pues, que columnas como esta las leen el aire y seis o siete robots
ucranianos. Aunque, a pesar de todo, mantengo la confianza de que a alguien le
sirvan mis palabras, las escribo con la mera intención de dejar un registro de
que estuve por aquí, de lo mucho que amé pensar en la palabra, lo mucho que amé
pensar, lo mucho que amé y lo mucho que me dolió. Si llegaste hasta aquí, ya
estoy agradecido.
Gracias a ti.
ResponderEliminarSiga escribiendo para esos robots ucranianos y algunos chismosos que llegamos aquí sin muchas certezas de nada.
ResponderEliminarSoy fan de su blog, maestro. He aprendido mucho.
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