viernes, 12 de agosto de 2016

Los hijos que dejé regados
Lic. Luis Enrique Gutiérrez O. M.*


Jaimito (Sensacional de maricones) fue un hijo planeado pero no querido. Al principio, realmente yo no lo quería, lo llegué a aborrecer. Si le puse Jaimito fue por Jaime Chabaud, que siempre me ha caído gordo. Pero con el tiempo Jaimito fue ganándose el corazón de su orgulloso padre. El Quijote formó su identidad leyendo novelas de caballería. Madame Bovary, construyó un mundo de fantasía en las novelitas románticas. Jaimito, como ellos (más o menos), construye su identidad leyendo revistillas de maricones de esas que venden en los quioscos y, como el Quijote y la Bovary, no puede evitar que la realidad y su fantasía colisionen estrepitosas. Como no amarlo, pues, si compartimos la misma clase de ingenuidad: siempre fracasé en la realidad, solo me he mantenido a flote en esos mundos imaginarios que comienzan y terminan en la palabra.

Una de las maneras en las que más contundentemente he chocado contra la realidad ha sido con un sinfín de negocios de fábula que nunca terminaron bien. Edi Torquemada y Rodolfo Caterina (Diatriba rústica para faraones muertos, Edi y Rudy, De cómo este animal…), resumen muy bien mis fracasos como emprendedor. Son el par de seres más imbéciles de este planeta, pero no por ello dejan de intentar nuevos negocios, cada vez más estúpidos, cada vez más peligrosos para la sociedad y para ellos mismos. Los amo porque, aun cuando siempre terminan mal, siguen y siguen. La enfermedad, en esto, ha sido una bendición para mí: estar cuatro de siete días en cama y los otros tres no siempre muy dispuesto, me han frenado en mis afanes empresariales. De otra manera, actualmente con seguridad me verían durmiendo debajo de un puente. Mi querido Manolo Domínguez, que es un grandísimo actor pero hizo un terrible Edi Torquemada, decía que este par de granujas representan al “súpermexicano”, en alusión obvia y paródica del “superhombre” nietzscheano. La idea es bonita.

Jaimito y Edi y Rudy se parecen a mí, pero Demetrius (Demetrius o de la caducidad) es el vivo retrato de su padre. Si los hijos que cité antes tienen algo o mucho de mí, Demetrius me resume en plenitud a mis cuarenta años, más o menos por las fechas en las que lo concebí. Me resume tanto y tan bien que no sé ni por dónde comenzar y si hay manera de llegar a un último término: mi incapacidad para formar una familia más o menos funcional, esa estúpida arrogancia con la que ando por el mundo, mis genes torcidos que solo crean engendros, de papel, pero engendros al fin. También está mi disposición natural a ponerme en situaciones en las que soy estafado o vilmente traicionado, mi falta absoluta de ambiciones. Demetrius me define en la forma, pero más claramente en el tamaño: soy pequeño, muy pequeño.

Aunque en todos mis personajes masculinos hay algo de mí, es en estos cuatro en quienes encuentro trazos con las líneas más largas y nítidas. Claro que el Desarrollador inmobiliario de Civilización tiene mi socarronería y Chato Maquensi (Chato, la serie), es una gran construcción de esos pequeños detalles que llenan mi día a día, y el enamorado sin nombre de De Bestias, creaturas y perras resume fielmente cómo veía mi mundo cuando mi enfermedad se hizo irreversible y aún no la asumía ni había aprendido a quererla. Pero los cuatro mayores hablan de mí en un largo plazo, me retratan más de cuerpo entero, con las precisiones que ya di.

De las mujeres, qué decir. La mayor parte de mis personajes son mujeres, y casi todas, por lo menos las que valen la pena, están construidas en mujeres que amé y admiré y, en algunos casos que amo y admiro. Mi querido amigo y gran poeta León Plascencia Ñol, que ha pasado más o menos las mismas en estas cosas del amor, convino conmigo que para poder establecer una numeralia clara, es necesario establecer parámetros, así, determinamos que para decir que una mujer fue “mi mujer”, con toda la deliciosa testosterona que implica el posesivo, para considerarla así debimos haber vivido con ella por lo menos un año. Siguiendo estos parámetros, yo “he tenido” seis mujeres. No es algo para presumir, es solo la demostración numérica de mi fracaso en las relaciones. Seis. A todas las amé, algunas, ya terminada la relación, siguen siendo mi familia, y a las menos les escribí su obra. La más cabrona de las sin nombre de Las chicas del Tres y media Floppies es demasiado Bruna como para negarlo. La exesposa bribona e impredecible de Chato Maquensi es, obviamente, Alejandra Serrano. A Laura le he escrito más de las dos obras que ella cree. No voy a decir aquí cuáles son porque el asunto está demasiado fresco y corro riesgos. Graves riesgos. A Carolina la amé y ahora es una hermana distante, pero no le escribí nada. Seguramente algunos poemitas y cuentos, pero no le tocó su obra y me siento en deuda por ello.

Por seguir con las mujeres, en Los restos de la nectarina aparece una madre desgraciada y tres hermanas, dos gordas y una flaca. Esas son mi mamá, que en paz descanse o como se acostumbre decir, y mis tres hermanas, de las cuales Viqui ya murió también. La flaca es Luly, mi hermana menor. Ella tiene un trabajo quijotesco: recorre cada semana Centroamérica haciendo un trabajo que ni Sísifo bien pedo agarraría: intenta combatir la trata humana. Ella es mi gran orgullo, pero salvo esa primera obra, en la que algo aparece y parece, siento que le debo su obra.

Para ser un autor que se considera clasicista y formalista, descubro que he confiado mucho en quienes conozco para estructurar mis personajes, no solo eso, por más que quiero ver en el personaje una idea y no el retrato de un ser humano, como Balzac los he llegado a considerar amigos personales, y más aún, sustitutos de esos hijos que nunca tuve. He dicho más de una vez que no es que odie al ser humano, que lo que no le tengo es respeto. Lo sostengo. No imagino cómo puede alguien ser dramaturgo respetando en el papel las miserias de la carne. A quienes amo y respeto es a mis perros. Durante años fueron mi gran amor y compañía. Muchos ya murieron, otros andan regados por ahí porque los doctores dicen que no puedo vivir con ellos. Y deben tener razón: son adorables pero sucios y apestosos. Los nombres de casi todos mis perros se los puse a algunos de mis personajes, solo los nombres y acaso alguno de sus rasgos. Es solo un pequeño homenaje a quienes me hicieron feliz después que la humanidad se declaró incompetente en el tema.


*Para quienes lo notaron: firmo esta nota como “Lic.”, solo para presumir que hoy me entregaron mi título. Putos.

6 comentarios:

  1. Estimadísimo y preclaro licenciado, festejo su texto. Un abrazo.

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  2. Licenciado… Muchas felicidades. Como siempre un escrito delicioso de leer, y me dio mucho gusto conocer el origen de Jaimito… Una vez lo vi en escena, y no pude evitar quererlo.

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  3. Genial deslinde querido Licenciado Legom.
    Ya llegué a Córdoba. El miércoles 17 es Demetrius . Dos funciones 6 y 8 PM:

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  4. Qué bueno que ya eres lic. ¿Lic. Legom? Felicitaciones.

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