Hace
pocos días se publicaron los resultados de la convocatoria a la trigésima
novena muestra nacional de teatro. Una novedad que celebraron apresuradamente
las redes sociales fue la disminución de la presencia dominante de obras de la
Ciudad de México, pues desde los tiempos de Adán la MNT se ha caracterizado por
hacer lo mismo que las políticas culturales de este país: enfocarse en el
centro del país, particularmente en la Ciudad de México, y apenas atisbar con
el rabillo del ojo la realidad teatral de toda nuestra geografía. O no. Lo que
ahora se celebra como un avance en la selección, es que trece de las cuarenta
obras seleccionadas provienen de la Ciudad de México (el 32.5%). Menudo avance.
En la anterior muestra, de treinta y cinco obras seleccionadas, catorce
correspondían al teatro de la Gran Tenochtitlan (el 40%), mientras en la
muestra del 2016, solo once de las treinta y dos obras seleccionadas fueron
chilangas, un 34.4% de la selección, casi idéntico a la selección actual.
Entonces, lo que se presenta un avance de descentralización y se celebra como
tal, más parece un muy pequeño accidente estadístico.
Este
año se repite el ejercicio de convocar muestras estatales, luego muestras
regionales y, a partir de este laborioso y muy caro experimento de inclusión y
visibilización, colar cinco obras (un 10%) a la programación de la muestra. Con
el detallito de que están pero no están, pues se presentan en un ambiente de
condescendencia y marginación, una especie de muestrita paralela que Rodolfo
Obregón ha llamado, con el tino que le caracteriza, con la “muestra
paraolímpica”. Lo poco que este ejercicio repercute en la programación de la
MNT se justificó desde un principio como un experimento inicial que con el
tiempo, de funcionar, podría devenir proceso de integración vertebral de la programación.
A algunos años de haberse implementado este sistema sigue resultando lo que pareció
desde un principio: una válvula de escape para acallar las voces, cada vez más
voces, cada vez más autorizadas, que reclamaban que la muestra nacional de
teatro más parecía un paseo de las élites teatrales del centro del país por las
bucólicas campiñas de la República del Teatro.
Si
alguna novedad, realmente, podemos encontrar en esta edición de la MNT, es la
ridícula muestra fringe La libre, que proponen varios foros coaligados de la
Ciudad de México, aprovechando que la MNT ahora se celebra en el lugar más
barato para celebrarse si de todos modos te centras en el centro: adivinaste: la
Ciudad de México. La organización de La libre declara:
“Tenemos la certeza de que la celebración de
La Libre MT dentro del contexto de la 39MNT en la Ciudad de México, propiciará
que se rompan las estructuras medulares de la centralización, se construya un
espacio plural para el desarrollo de las diversas poéticas que caracterizan al
teatro mexicano y se integre a los espacios independientes como una opción para
crecer las posibilidades teatrales en toda la República, dando a conocer, a
través de la participación de artistas que por lo general permanecen al margen
de los circuitos habituales de programación escénica, el talento y la
abundancia de discursos poéticos que existen en todo el país”.
Como
idea no está mal. Lástima que se queda solo en la idea. Si la MNT es
centralista al programar cerca de un 40% de obras de la Ciudad de México, La libre, que declara que “propiciará
que se rompan las estructuras medulares de la centralización”, programa un 87%
de obras chilangas, pues de su programación publicada de sesenta y un obras
teatrales, solo ocho corresponden a “la provincia”, esto considerando que de las
tres obras que denominan su origen en el Estado de México, por lo menos dos son
producciones netamente chilangas y la otra ni fu ni fa. De las ocho, pues que
nos quedan, solo una, de Nuevo León, está lo suficientemente lejos de la
capital para no considerarla hija del centro.
Eso
de “…la participación de artistas que por lo general permanecen al margen de
los circuitos habituales de programación escénica…” tampoco lo cumple. Es
verdad que aparecen muchos nombres que no disfrutan de reconocimiento ni en la
misma Ciudad de México que los cobija, pero también encontramos varios los
nombres que habitualmente coronan los imaginarios de la cartelera del teatro
independiente.
Lo
que se presenta, pues, como un ejercicio de descentralización, tanto en lo
geográfico como en lo conceptual, no solo deja de cumplirse, sino hace
exactamente lo contrario a lo que propone.
Mientras
un grupito de orates anda alborotando a las actrices para defender a la mujer
en el teatro de una exclusión que no existe y un discurso de diferenciación de
oportunidades por el género que solo se da de manera muy tangencial en el
teatro mexicano, el centralismo, la verdadera plaga de las políticas públicas,
la que vivimos todos los días los creadores que nos declaramos alérgicos al
esmog y a desayunar entre la mierda y millones de violentos transeúntes, ese
centralismo que en el imaginario relacionamos más con el siglo XIX, sigue pisando
fuerte en la toma de decisiones y la asignación de los presupuestos del medio
teatral. Si los teatros agrupados en La
libre querían ayudarse un poquito con el accidente de tener la MNT en la
Ciudad de México, allá ellos y allá los funcionarios que los cobijan, pero que
no nos vengan a querer ver la cara de pendejos diciendo que lo hacen por
nosotros.
Estrambote
Mario
Cantú lo dice clarito: “En nuestro teatro, si no te conocen en la Ciudad de
México, no existes”. Así pasa.
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