lunes, 26 de diciembre de 2016

En defensa de la Navidad

Solo por eso no he cerrado mi cuenta de féisbuc. Con todo y todo, sigue siendo una hermosa vitrina de la imbecilidad humana. Si no fuera por el féisbuc, yo seguiría conservando ese pequeñísimo porcentaje de respeto que le tenía al hombre. Y los memes de Yon Travolta. Esos son buenos.

Por estas fechas, corre en la red una grata forma de estulticia, que al mostrarse echa a andar a los pastores, en bola y sin la mínima ortografía, hacia el lado contrario de Belén. Basta que alguien pregunte en cómo puede hacer para desterrar de sus hijos la idea fanática de la Navidad, para que se suelte la horda de imbéciles a escupir sobre los pesebres y los santacloses. Todo esto bajo la premisa generalizada de que el pensamiento mágico es una plaga para la humanidad. Así, de repente, la Navidad es causante de las hambrunas en Somalia, los muertos en Siria, la emasculación femenina en Burundi, y así.

Habrá, pues, que ser tarado, para atribuir todo lo malo de este mundo al pensamiento mágico y todo lo bueno al pensamiento estrictamente científico (y en esta queja ignoro, que por ahora no viene al caso, la forma más pura de pensamiento: el poético). Celebrar la Navidad no mata a las personas, quienes las matan son otras personas y algunas gripas. El ser humano lo mismo recurre al pensamiento mágico que al científico para joder a quien se deje. Más aún, queridos babosos del féisbuc: la misma ciencia está plagada de pensamiento mágico. La materia oscura, verbigracia, tiene tanto de ciencia como rezarle a un perro con cabeza de marrano y cola de mapache.

Entiendo que todos brinquen con entusiasmo al llamado contra la Navidad. No solo por su estupidez congénita, que no es nada nueva y cualquier post en el féisbuc les basta para mostrarse inmediatos en todo su esplendor. Motivos particulares habrá muchos: desde esa sensación de sentirse inteligentes al opinar sobre una idea que consideran probadísima, como que criticar la Navidad por su sustrato fanático o por su naturaleza consumista, al final del día les ahorra mucho en regalos para sus hijos. Pinches marros. ¿En serio creen que sus hijos van a ser más felices tragándose una Maruchan el veinticinco después de haberles explicado la historia del Santaclós y la Coca-cola? De nuevo: pinches marros.


Me encanta la Navidad. Me encanta cuando el vecino se toma unos ponches y, apoyado por su nuevo caraoque, deleita a todo el edificio con sus villancicos. Me encanta cuando se echa unos ponches más y se madrea a la borracha de su vieja por criticarle la entonación. Me encanta cuando el vecino de plano cae rendido por el alcohol y la mujer va de regreso y se lo surte con el palote de amasar. Me encanta cuando el vecino, a fuerza de chingadazos se levanta de regreso y ahí sí se arma la campal. Me encanta cuando llega la patrulla y todos los otros vecinos gritamos incoherencias sobre el respeto a no sé qué género y los polis se los tratan de llevar a la delegación y la vecina araña al poli más morenito y al final se va la patrulla y el vecino nos deleita con un último villancico pero ahora sí, a todo volumen. La otra opción es que en esas fechas estuvieran, vecino y vecina, viendo en la televisión por cable alguna serie muy aburrida y a las once se voltearan a ver muy rutinarios, apagaran la luz y la tele, y se comenzaran a desvestir y tocar sin muchos ánimos. Eso no.

Estrambote

Esta Navidad fue linda para mí. Me visitaron mis hermanas. Lourdes me regaló otro ángel de barro (el año pasado me había regalado uno pero más pequeño), un envase de arequipe (la cajeta colombiana), abierto. También me regaló un lindo nacimiento guatemalteco en miniatura, con un Niño Dios Guatemalteco, una Virgen María guatemalteca, un San José guatemalteco, tres Reyes magos guatemaltecos y dos animalitos, supongo que también guatemaltecos. Mi hermana Ani y Alejandra, mi sobrina, después de aclarar que era de parte de toda la familia Duboise, me rindieron con unos maravillosos tapetes de silicón para el horno y una cantimplora de uso militar a la que todavía no le encuentro uso. Lourdes dejó hasta el final el mejor regalo: una cebra de madera, horrible, que compró en Colombia. Y comimos. Comimos antojitos mexicanos hasta que se nos salieron las garnachas por las orejas. Eso solamente en Nochebuena.


El domingo de Navidad estuvo a la altura de la noche anterior. En esta casa en la que solo entran y salen mujeres, se extraña todo el año el ambiente netamente masculino, así: cabrón, vulgar, bien macho. Ya idas corriendo a Oaxaca mis hermanas, recibí la visita de Alejandro Ricaño y el joven Juan Manuel Hidalgo. Cominos y platicamos. Si ustedes están pensando que estas tres mentes brillantes discutieron sobre los asuntos más peliagudos de la poesía dramática, pues ni madres, ya dije que somos bien machos: estuvimos gritando frente a la televisión durante tres horas de partido de americano y nos volvimos locos cuando el Big Ben, faltando un minuto con diecinueve del último cuarto, recorrió noventa yardas para voltear el marcador y meter a los acereros en la postemporada. Adoro la Navidad. 

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