Solo por eso no he cerrado mi cuenta de
féisbuc. Con todo y todo, sigue siendo una hermosa vitrina de la imbecilidad
humana. Si no fuera por el féisbuc, yo seguiría conservando ese pequeñísimo porcentaje
de respeto que le tenía al hombre. Y los memes de Yon Travolta. Esos son
buenos.
Por estas fechas, corre en la red una grata
forma de estulticia, que al mostrarse echa a andar a los pastores, en bola y
sin la mínima ortografía, hacia el lado contrario de Belén. Basta que alguien
pregunte en cómo puede hacer para desterrar de sus hijos la idea fanática de la
Navidad, para que se suelte la horda de imbéciles a escupir sobre los pesebres
y los santacloses. Todo esto bajo la premisa generalizada de que el pensamiento
mágico es una plaga para la humanidad. Así, de repente, la Navidad es causante
de las hambrunas en Somalia, los muertos en Siria, la emasculación femenina en
Burundi, y así.
Habrá, pues, que ser tarado, para atribuir todo
lo malo de este mundo al pensamiento mágico y todo lo bueno al pensamiento
estrictamente científico (y en esta queja ignoro, que por ahora no viene al
caso, la forma más pura de pensamiento: el poético). Celebrar la Navidad no
mata a las personas, quienes las matan son otras personas y algunas gripas. El
ser humano lo mismo recurre al pensamiento mágico que al científico para joder
a quien se deje. Más aún, queridos babosos del féisbuc: la misma ciencia está plagada
de pensamiento mágico. La materia oscura, verbigracia, tiene tanto de ciencia
como rezarle a un perro con cabeza de marrano y cola de mapache.
Entiendo que todos brinquen con entusiasmo al
llamado contra la Navidad. No solo por su estupidez congénita, que no es nada
nueva y cualquier post en el féisbuc les basta para mostrarse inmediatos en
todo su esplendor. Motivos particulares habrá muchos: desde esa sensación de
sentirse inteligentes al opinar sobre una idea que consideran probadísima, como
que criticar la Navidad por su sustrato fanático o por su naturaleza
consumista, al final del día les ahorra mucho en regalos para sus hijos.
Pinches marros. ¿En serio creen que sus hijos van a ser más felices tragándose
una Maruchan el veinticinco después de haberles explicado la historia del
Santaclós y la Coca-cola? De nuevo: pinches marros.
Me encanta la Navidad. Me encanta cuando el
vecino se toma unos ponches y, apoyado por su nuevo caraoque, deleita a todo el
edificio con sus villancicos. Me encanta cuando se echa unos ponches más y se
madrea a la borracha de su vieja por criticarle la entonación. Me encanta
cuando el vecino de plano cae rendido por el alcohol y la mujer va de regreso y
se lo surte con el palote de amasar. Me encanta cuando el vecino, a fuerza de
chingadazos se levanta de regreso y ahí sí se arma la campal. Me encanta cuando
llega la patrulla y todos los otros vecinos gritamos incoherencias sobre el
respeto a no sé qué género y los polis se los tratan de llevar a la delegación
y la vecina araña al poli más morenito y al final se va la patrulla y el vecino
nos deleita con un último villancico pero ahora sí, a todo volumen. La otra
opción es que en esas fechas estuvieran, vecino y vecina, viendo en la
televisión por cable alguna serie muy aburrida y a las once se voltearan a ver muy
rutinarios, apagaran la luz y la tele, y se comenzaran a desvestir y tocar sin
muchos ánimos. Eso no.
Estrambote
Esta Navidad fue linda para mí. Me visitaron
mis hermanas. Lourdes me regaló otro ángel de barro (el año pasado me había
regalado uno pero más pequeño), un envase de arequipe (la cajeta colombiana),
abierto. También me regaló un lindo nacimiento guatemalteco en miniatura, con un
Niño Dios Guatemalteco, una Virgen María guatemalteca, un San José
guatemalteco, tres Reyes magos guatemaltecos y dos animalitos, supongo que
también guatemaltecos. Mi hermana Ani y Alejandra, mi sobrina, después de
aclarar que era de parte de toda la familia Duboise, me rindieron con unos maravillosos
tapetes de silicón para el horno y una cantimplora de uso militar a la que
todavía no le encuentro uso. Lourdes dejó hasta el final el mejor regalo: una
cebra de madera, horrible, que compró en Colombia. Y comimos. Comimos antojitos
mexicanos hasta que se nos salieron las garnachas por las orejas. Eso solamente
en Nochebuena.
El domingo de Navidad estuvo a la altura de la
noche anterior. En esta casa en la que solo entran y salen mujeres, se extraña
todo el año el ambiente netamente masculino, así: cabrón, vulgar, bien macho.
Ya idas corriendo a Oaxaca mis hermanas, recibí la visita de Alejandro Ricaño y
el joven Juan Manuel Hidalgo. Cominos y platicamos. Si ustedes están pensando
que estas tres mentes brillantes discutieron sobre los asuntos más peliagudos
de la poesía dramática, pues ni madres, ya dije que somos bien machos:
estuvimos gritando frente a la televisión durante tres horas de partido de
americano y nos volvimos locos cuando el Big Ben, faltando un minuto con
diecinueve del último cuarto, recorrió noventa yardas para voltear el marcador
y meter a los acereros en la postemporada. Adoro la Navidad.
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