A Juan Preciado le dijeron que en Comala vivía
su padre, y ahí va de pendejo. Algo así me pasó. Alejandra Serrano me juró que
Mr. Brigth era el mejor texto de Mariana Hartasánchez y, aunque no me gusta ir
al foro en el que se presentaba, le creí a la Serrano y quería ver una sonrisa
que para mí es infinita (no la de la Hartasánchez, obviamente tampoco la de la
Serrano).
Mariana Hartasánchez es una actriz y cantante
fuera de serie, cuando cae en manos de un director solvente es memorable,
cuando se dirige a sí misma, lleva sus recursos a exageraciones simplonas y los
repite y repite y repite y repite. Y el texto, el texto es de Mariana
Hartasánchez.
Cuando Alejandra Serrano me explicó que esta
obra es parte de una serie de diez de corte policiaco, me sonó a algo conocido,
pero sigo sin saber exactamente por qué. La obra pretende, pues, encuadrarse en
el género negro, se anuncia como un asunto detectivesco, de época, sobre los
feminicidios. La acción detectivesca, como tal, recorre menos de la quinta
parte del relato, y aun cuando pretende resignificar lo que lo era detectivesco
en algunas forzadas analepsis, los recursos, en general, están tan sometidos a
la gratuidad inmediata que no resignifican nada.
El texto, construido como una serie de
ocurrencias estrambóticas, más o menos ligadas en un hilo argumental, echa agua
por todas partes. La protagonista no evoluciona hacia ninguna parte, su “ser”
se queda en la presentación, porque no es tocado ni sometido a riesgos reales.
Al personaje hay que herirlo, herirlo todo el tiempo, ponerlo en situaciones de
riesgo que vayan erosionando su identidad hasta romperla. El accidente y la
ocurrencia fuera de una línea causal no hieren, no erosionan. La anécdota es un
pegote de situaciones que lo mismo están en un extraño pueblo selvático
argentino, un ambiente académico machista de los años cincuenta en la UNAM, o
la oficina de un productor extranjero de documentales y películas Serie B. Toda
la historia, pues, parece ocurrir en la mente de un hebefrénico que no tiene
demasiado contacto con la realidad: si recorres desde Buenos Aires mil ochocientos
quilómetros hasta una zona amazónica, ya no estás en la Argentina desde hace
más de quinientos quilómetros. Si pretendes poner un tronco para cruzar un río,
en esa colina que después recorrerá tu perro para traer a tu marido muerto,
como menos necesitarías un tronco de más de setenta metros (menos que eso, no
sería colina, o podrías cruzar caminando el río). Convencer a una secretaria de
que te deje entrar a la impenetrable oficina de Mr. Brigth con un cuentito
espiritista, es un una ocurrencia, no un mecanismo.
Si la obra no es detectivesca, no es más que de
repente “negra” y muy poquito, no resiste a un análisis de época, verbigracia:
las formas de organización de las feministas que presenta y sus acciones son
más de nuestros tiempos y en un ambiente académico que suena más a una
universidad del Este de los Estados Unidos, y más que un lenguaje de época, el
de la autora suena demasiado a diccionario. De hecho, el texto como tal, es
duro y frío. Recurre a una retórica de lenguaje más propia de algo para ser
leído que para ser cantado.
Mariana Hartasánchez, a pesar de todo esto, me
sigue pareciendo un talento fuera de serie, como actriz, como cantante, como
escritora. Un talento que necesita revisarse a sí mismo, verse hacia adentro y
establecer maneras de categorizar la realidad, su realidad, para entonces ya
nombrarla. Sigo creyendo que ella puede darnos una de las obras más brillantes
de nuestra dramaturgia, ahí están las piezas, solo que siempre están
desordenadas y sin dimensión. Me queda en ella siempre la sensación de que hizo
lo más difícil, y lo más elemental se le presenta imposible.
Con todo y todo, valió la pena ir al teatro.
Hasta en su peor presentación, siempre paga el boleto ver a la Hartasánchez en
la escena, y a la entrada del teatro, me encontré con esa sonrisa que me llena
de luz. Fue solo un instante, un reflejo, pero me hizo el día.
Estrambote
Para esa panda de babosas y babosos que andan por
ahí cazando cualquier error discursivo para indignarse por la misoginia, les
tengo un cliente. Por qué Mariana Hartasánchez, que en Mr. Brigth apela a la
misoginia más boba (que no por irse justificando a cada frase en lo evidente
deja de ser absolutamente misógina en lo general del discurso), por qué a ella
no le cierran sus funciones con máscaras de Miqui Maus o las que ahora usen. ¿Es
válido para ustedas y ustedes decir que si le das una formación universitaria a
una indígena sudamericana se convertirá en activista o activisto del feminismo
y, ya activista o activisto del feminismo, lesbiana descocada, todo esto
solamente porque lo firma una mujer? Por qué se indignan cuando Alejandro Ricaño
hace un comentario justo y bienintencionado sobre la maternidad, por qué cuando
Adrián Vázquez expone de manera puntual la explotación de la mujer en la industria
del porno. ¿Es porque ellos ejecutan de manera correcta la comedia? Señoras y
señores, babosas y babosos, que andan por ahí queriendo defender a la mujer,
las redes se equivocaron al llamarlas y llamarlos feminazis, porque ustedes tienen menos sentido del humor e
inteligencia que un enfurecido agente de las SS, en tal caso, deberían
llamarlas y llamarlos femisoviets. Y,
claro está, deberían tomar un puto curso de redacción.
No voy a discutir contigo porque tu comentario, además de simplista y superficial, parte de lo que quisieras ver y no de lo que la obra es por lo que no hay manera de tomarlo en serio. Sin embargo, quizá valga la pena aclararte que la misoginia del texto de Hartasánchez es la propia que ejercemos las mujeres y que, a diferencia de lo que crees, somos muchas personas que intentamos asumir esa parte del problema y no simplificarlo como sucede a menudo en la redes y en tu mismo comentario.
ResponderEliminarAy. Creo que no te gustó mi nota.
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