jueves, 15 de diciembre de 2016

Oración fúnebre por Luis Alberto Arellano

Dios mío.
Si te ibas a llevar a alguien.
Por qué no fue a Jaime Chabaud.
A Enrique Olmos.
A todos los teatreros expandidos.
Ahí estaba, al tiro, Tadeus Argüello.
Y Uriel Bravo.
La Rox, que está muy flaca.
El Negro Rendón, que no hace nada.
A Leslie Dolejal, que es un baboso.
A mi hermano Gerardo, que es otro gusano.
Pero te llevaste a mi gordo, y no lo soporto, porque todos me marcan como si fuera yo la puta viuda.
Y en el féibuc ya no hablan de la chiva ni de esa que se madrearon en la moto.
Todos dicen que murió un gran poeta.
Y pegan algunos de sus versos, los que les parecen convenientes.
Yo sé que era un poeta.
Recuerdo que lo hacía, y que lo hacía bien.
Pero no recuerdo ninguno de sus versos.
Aunque sé que sería un bonito gesto.
Pegarlos en mi muro.
Con una carita triste o alguna otra ingeniosa pendejada.
Pero no.
Trato de recordarlo como si fuera algo lejano.
Como si no fuera yo el que ahora está bien muerto.
Y lo veo riendo.
Y recuerdo cuando abríamos una cerveza de más con don Amado para nuestro amigo Gonzalo Rojas.
Pero sus versos no.
Y su sonido.
No recuerdo a qué sonaban sus versos, pero sí recuerdo a qué sonaba el gordo.
Y todos dicen que dejó un gran hueco.
Y dejo de llorar un rato y me río.
Porque pienso que lo dicen sin otra intención.
Porque es lo que se acostumbra cuando muere alguien valioso.
Y la gente es muy pendeja.
Yo creo que tenía muchos amigos, porque todos dicen que murió su amigo el poeta bla bla bla y los otros todos les dan el pésame.
Y las caritas tristes. Claro. Las putas caritas tristes.
Que de todos modos no suenan a nada.
Porque lo que más extraño es su sonido.
Hasta hoy me doy cuenta de lo ruidoso que era.
Y sigue sonando el teléfono y les sigo colgando y mi gordo sigue haciendo ruido.
De parte del gordo les quiero decir: váyanse a la verga todos.

Pero no, mejor les cuelgo.

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