Historia de amor tehuano
Luis Enrique Gutiérrez O.M.
Él fue cantante de cantina, de
esos que se ganan el bolillo mesa por mesa, jaibol por jaibol. También sirvió
en la Marina aunque creo que nunca pisó una chalupa. Creo que antes de eso él
ya había participado en alguno de aquellos talleres comunitarios de teatro que
hace más de tres décadas recorrieron el país a lo Vasconcelos con el idílico
sueño de llenar los grandes huecos escénicos de nuestra fragmentada República
teatral. Y en estos talleres se conocieron, o ya se conocían pero ahí
comenzaron a amarse en las tablas y debajo de ellas. Eso ya estaba escrito. Ella era ya entonces
una hermosa y brava tehuana. Él un alto, guapo y arrogante zapoteco. Eso ya
estaba escrito, pues, el teatro fue solo un pretexto, un larguísimo pretexto
que cumple ya treinta años y anuncia descarado por lo menos otros tantos. Así,
sueltos, a ella le dicen Gabriela Martínez y a él Marco Antonio Pétriz. Ya
juntos y revueltos, les decimos Grupo Teatral Tehuantepec, o simplemente Los
Pétriz, les decimos así por no encontrar las palabras correctas para nombrar
una hermosa y única historia de amor en el teatro.
Perdón por la cursilería, pero
todo lo que se pueda decir del teatro de los Pétriz en estas tres décadas no
puede explicarse si no es por el amor. No puede explicarse que hayan rebasado
por tanto margen cualquier expectativa de aquel teatro comunitario que casi
nunca cuajó. No puede explicarse cómo hicieron de aquella idílica Tehuantepec
un santuario de visita obligada para cualquier devoto de la religión teatral.
Trabajando principalmente en familia y con talento local, estos enamorados han
puesto sobre la escena una larga lista de memorables montajes, contundentes,
cargados de pura violencia istmeña, producto de un rigor ejemplar.
Desde un principio se propusieron
hacer teatro en su pueblo. A diferencia del hijo de Pedro el herrero de José
Alfredo, que no pudo ser algo grande por no salir de su pueblo, ellos han
logrado ser enormes haciendo su teatro en una población de menos de cien mil
habitantes y a unos 800 km de la Ciudad de México.
Los conocí en Querétaro. En
aquellos tiempos yo comenzaba a escribir para el teatro y ellos se habían
fugado, sin mucho éxito, de Tehuantepec (al año volvieron y ahí siguen).
Después de eso nos encontrábamos por ahí como nos encontramos siempre todos en
el teatro. Con el tiempo la amistad creció. Ahora nuestra amistad básicamente
consiste en que Marco me habla todos los sábados bien borracho a decir que me
quiere mucho. Durante una hora, o más, me dice que me quiere mucho. Supongo que
ya bebe menos, porque últimamente me habla menos. Espero que sobrio me siga
teniendo tanto cariño.
Hace algunos años Marco Pétriz
quiso llevar su obra Día de fiesta a
las escuelas de la localidad. Creo que era un programa de teatro escolar. La
obra era para dos actores adultos y dos niñas. Por los horarios de función, las
dos niñas no iban a poder participar, y Marco tuvo la peregrina idea de pedirme
que se la adaptara para dos actores. En esos tiempos todavía estaba con la
familia Toño Lópeztorres, así que la obra tenía que quedar para que la actuaran
él y Grabriela. Si no fuera porque no tengo duda de que Marco Pétriz es uno de
los mejores directores de teatro de este país, lo habría mandado a la chingada
sin importarme si me quiere mucho o poquito, pero como Marco Pétriz es uno de
los mejores directores de este país, si no el mejor, y cuando bebe dice que me
quiere mucho, acepté. Acepté y de paso le partí toda la madre a su obra, y ya
que andaba en esas, se la pasé de diálogos a convención narrada. Si antes Pétriz
me hablaba los sábados para mostrar su amor, después de recibir el texto me
marcaba dos o tres veces al día para decirme que me odiaba y preguntarme qué
hacer con esa cosa. Yo, como no tengo ni la más remota idea de lo que es montar
una obra de teatro, y menos si no tiene dialoguitos, le inventaba lo que se me
iba ocurriendo. Así fue.
Pasó que en el proceso del
montaje se cayó el programa de teatro al que iban a llevar la obra porque todos
los maestros de Oaxaca estaban en huelga. Ahí se dio el milagro, porque por
primera vez los Pétriz tenían un montaje para llevar. Y lo llevaron. Fueron a
la Ciudad de México, después de más de quince años de no hacerlo, y la clase
teatral los recibió con aplauso de pie. Después se fueron a Argentina, yo no
los vi, pero dice Dubatti que arrasaron. Estando en Argentina, en una
comunidad, sucedió que no había electricidad para colgar las luces. La gente de
la comunidad se acercó con lámparas, velas y quinqués y bajo esa mágica luz
artesana dieron función. Cuando me lo platicaron lloré, lloré porque son muy
llorón y porque la vida en el teatro te da algunos momentos hermosos, ese fue
uno de ellos.
Después se fueron a dar funciones
en Texas y como Toño ya no estaba con ellos, Marco Pétriz con su uno ochenta de
altura se vistió de tehuana y actuó el papel del muxe. Maravilloso.
La vida los ha tratado mal
últimamente. Los temblores de septiembre tumbaron la mitad de Tehuantepec y tres
o cuatro pedazos de su teatro. Ellos estuvieron durmiendo varias semanas en un
campamento improvisado frente a su casa. Yo pensaba mandarles unas maruchan
rayadas con esterbruc pero no quisieron. Su estoicismo fue ejemplar. Siempre se
mostraban más apurados por la comunidad que ellos mismos. Todavía estaban de
camping cuando les avisaron que habían sido acreedores a la Medalla al mérito
teatral. Se dieron un momento para celebraciones y siguieron trabajando.
Dicen los que saben del amor, que
amor que no da frutos no es amor. El amor de los Pétriz ha dejado sus frutos
teatrales y, el mayor de todos, Sabina, su hermosa hija. La dejé al final
porque a ella le tengo un cariño especial, es una de las dos hijas que nunca
tuve (la otra es Alejandro Ricaño). Como nació en el teatro, no entiende mucho
la diferencia entre actuar y vivir. Antes de entrar a escena está comiendo una
paleta helada, le dan su quiu, deja la paleta a un lado, entra, da la función
de su vida (siempre da la función de su vida), sale y vuelve a la paleta. Mi
niña hermosa dice que ella no se va a dedicar al teatro, que le interesan otras
cosas. Según ella. Según ella.
Lloro...
ResponderEliminarLuis Enrique,soy Sabina, que hermoso lo que escribiste, tengo ganas de llorar.
ResponderEliminarYo también me siento como tu hija, y soy muy feliz cuando estamos contigo, todos juntos.
Te extraño mucho.
Bonito texto sobre teatreros, gracias por compartir.
ResponderEliminarMi muy queridisimo hermano, camarada; la neta estoy llorando, también soy lloron, Muchas gracias por estar ahí y saber que contamos siempre contigo; tratare de estar mas seguido borracho para llamarte. Eres parte muy importante de este recorrido y como dice Juan Gabriel: ¡Te sigo amando! Marco.
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