miércoles, 22 de noviembre de 2017

Historia de amor tehuano

Historia de amor tehuano
Luis Enrique Gutiérrez O.M.

Él fue cantante de cantina, de esos que se ganan el bolillo mesa por mesa, jaibol por jaibol. También sirvió en la Marina aunque creo que nunca pisó una chalupa. Creo que antes de eso él ya había participado en alguno de aquellos talleres comunitarios de teatro que hace más de tres décadas recorrieron el país a lo Vasconcelos con el idílico sueño de llenar los grandes huecos escénicos de nuestra fragmentada República teatral. Y en estos talleres se conocieron, o ya se conocían pero ahí comenzaron a amarse en las tablas y debajo de ellas.  Eso ya estaba escrito. Ella era ya entonces una hermosa y brava tehuana. Él un alto, guapo y arrogante zapoteco. Eso ya estaba escrito, pues, el teatro fue solo un pretexto, un larguísimo pretexto que cumple ya treinta años y anuncia descarado por lo menos otros tantos. Así, sueltos, a ella le dicen Gabriela Martínez y a él Marco Antonio Pétriz. Ya juntos y revueltos, les decimos Grupo Teatral Tehuantepec, o simplemente Los Pétriz, les decimos así por no encontrar las palabras correctas para nombrar una hermosa y única historia de amor en el teatro.
Perdón por la cursilería, pero todo lo que se pueda decir del teatro de los Pétriz en estas tres décadas no puede explicarse si no es por el amor. No puede explicarse que hayan rebasado por tanto margen cualquier expectativa de aquel teatro comunitario que casi nunca cuajó. No puede explicarse cómo hicieron de aquella idílica Tehuantepec un santuario de visita obligada para cualquier devoto de la religión teatral. Trabajando principalmente en familia y con talento local, estos enamorados han puesto sobre la escena una larga lista de memorables montajes, contundentes, cargados de pura violencia istmeña, producto de un rigor ejemplar.
Desde un principio se propusieron hacer teatro en su pueblo. A diferencia del hijo de Pedro el herrero de José Alfredo, que no pudo ser algo grande por no salir de su pueblo, ellos han logrado ser enormes haciendo su teatro en una población de menos de cien mil habitantes y a unos 800 km de la Ciudad de México.
Los conocí en Querétaro. En aquellos tiempos yo comenzaba a escribir para el teatro y ellos se habían fugado, sin mucho éxito, de Tehuantepec (al año volvieron y ahí siguen). Después de eso nos encontrábamos por ahí como nos encontramos siempre todos en el teatro. Con el tiempo la amistad creció. Ahora nuestra amistad básicamente consiste en que Marco me habla todos los sábados bien borracho a decir que me quiere mucho. Durante una hora, o más, me dice que me quiere mucho. Supongo que ya bebe menos, porque últimamente me habla menos. Espero que sobrio me siga teniendo tanto cariño.
Hace algunos años Marco Pétriz quiso llevar su obra Día de fiesta a las escuelas de la localidad. Creo que era un programa de teatro escolar. La obra era para dos actores adultos y dos niñas. Por los horarios de función, las dos niñas no iban a poder participar, y Marco tuvo la peregrina idea de pedirme que se la adaptara para dos actores. En esos tiempos todavía estaba con la familia Toño Lópeztorres, así que la obra tenía que quedar para que la actuaran él y Grabriela. Si no fuera porque no tengo duda de que Marco Pétriz es uno de los mejores directores de teatro de este país, lo habría mandado a la chingada sin importarme si me quiere mucho o poquito, pero como Marco Pétriz es uno de los mejores directores de este país, si no el mejor, y cuando bebe dice que me quiere mucho, acepté. Acepté y de paso le partí toda la madre a su obra, y ya que andaba en esas, se la pasé de diálogos a convención narrada. Si antes Pétriz me hablaba los sábados para mostrar su amor, después de recibir el texto me marcaba dos o tres veces al día para decirme que me odiaba y preguntarme qué hacer con esa cosa. Yo, como no tengo ni la más remota idea de lo que es montar una obra de teatro, y menos si no tiene dialoguitos, le inventaba lo que se me iba ocurriendo. Así fue.
Pasó que en el proceso del montaje se cayó el programa de teatro al que iban a llevar la obra porque todos los maestros de Oaxaca estaban en huelga. Ahí se dio el milagro, porque por primera vez los Pétriz tenían un montaje para llevar. Y lo llevaron. Fueron a la Ciudad de México, después de más de quince años de no hacerlo, y la clase teatral los recibió con aplauso de pie. Después se fueron a Argentina, yo no los vi, pero dice Dubatti que arrasaron. Estando en Argentina, en una comunidad, sucedió que no había electricidad para colgar las luces. La gente de la comunidad se acercó con lámparas, velas y quinqués y bajo esa mágica luz artesana dieron función. Cuando me lo platicaron lloré, lloré porque son muy llorón y porque la vida en el teatro te da algunos momentos hermosos, ese fue uno de ellos.
Después se fueron a dar funciones en Texas y como Toño ya no estaba con ellos, Marco Pétriz con su uno ochenta de altura se vistió de tehuana y actuó el papel del muxe.  Maravilloso.
La vida los ha tratado mal últimamente. Los temblores de septiembre tumbaron la mitad de Tehuantepec y tres o cuatro pedazos de su teatro. Ellos estuvieron durmiendo varias semanas en un campamento improvisado frente a su casa. Yo pensaba mandarles unas maruchan rayadas con esterbruc pero no quisieron. Su estoicismo fue ejemplar. Siempre se mostraban más apurados por la comunidad que ellos mismos. Todavía estaban de camping cuando les avisaron que habían sido acreedores a la Medalla al mérito teatral. Se dieron un momento para celebraciones y siguieron trabajando.

Dicen los que saben del amor, que amor que no da frutos no es amor. El amor de los Pétriz ha dejado sus frutos teatrales y, el mayor de todos, Sabina, su hermosa hija. La dejé al final porque a ella le tengo un cariño especial, es una de las dos hijas que nunca tuve (la otra es Alejandro Ricaño). Como nació en el teatro, no entiende mucho la diferencia entre actuar y vivir. Antes de entrar a escena está comiendo una paleta helada, le dan su quiu, deja la paleta a un lado, entra, da la función de su vida (siempre da la función de su vida), sale y vuelve a la paleta. Mi niña hermosa dice que ella no se va a dedicar al teatro, que le interesan otras cosas. Según ella. Según ella.

4 comentarios:

  1. Luis Enrique,soy Sabina, que hermoso lo que escribiste, tengo ganas de llorar.
    Yo también me siento como tu hija, y soy muy feliz cuando estamos contigo, todos juntos.
    Te extraño mucho.

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  2. Bonito texto sobre teatreros, gracias por compartir.

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  3. Mi muy queridisimo hermano, camarada; la neta estoy llorando, también soy lloron, Muchas gracias por estar ahí y saber que contamos siempre contigo; tratare de estar mas seguido borracho para llamarte. Eres parte muy importante de este recorrido y como dice Juan Gabriel: ¡Te sigo amando! Marco.

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