En
la jerga de las redes sociales los bautizaron como feminazis. La comparación me parece mala, por lejana e imprecisa.
Estas personas, quienes, contrario a lo que se piensa y estigmatiza, no son
solo mujeres, actúan de manera tan parecida a los fanáticos que se adhieren en
los Estados Unidos, con toda su violencia, con toda su imbecilidad, a los
discursos xenófobos de Trump, que más convenientemente deberíamos encontrar su
paralelo con estos antes que con el extinto régimen del nacional socialismo
alemán.
En
su discursiva, Donald Trump ha establecido el viejo discurso que segrega el
“nosotros” de “los otros” para atacar a los mexicanos. Este discurso, más que
viejo, es inmemorial. Para algunos especialistas, el homo sapiens original recurrió a él para apoyar y justificar su
exterminio de las otras especies y subespecies de homo.
Así,
cuando esta subcategoría ingenua y violenta del feminismo afirma que los
hombres, así de general, así de categórico, les arrebatan sin concesión sus
espacios laborales y la posibilidad de igualdad salarial, no están diciendo,
más que con pequeños ajustes verbales, lo mismo que grita el hombre del peinado
curioso cuando sostiene que los migrantes mexicanos les están robando sus
fuentes de empleo a los legítimos norteamericanos
y han provocado, al trabajar por casi nada, que los salarios para estos
legítimos norteamericanos, cuando consiguen empleo, se hayan desplomado. No es
coincidencia. En el discurso del odio, como en la política, no existen las
coincidencias.
No
pensemos en el ridículo lenguaje incluyente que proponen los más avezados feministas,
ese que pretende sustituir las vocales en todas las palabras del español que
indican género. Es una obvia caricatura del lenguaje que lo único que provoca
es hacer parecer retardado al que lo utiliza. Mejor pensemos en el por menos
obvio más terrible, el curioso castigo al lenguaje “heteronormativo y
patriarcal”, feroz castigo aplicable a cualquiera que se exprese en términos
que, a estos defensores de la pureza del género, les parezca que ofende su
visión reduccionista de qué palabras pueden usar los hombres y qué palabras
pueden usar las mujeres (o, ampliando nichos, qué palabras pueden usar los
homosexuales y qué palabras pueden usar los que se afirman heterosexuales),
como en los Estados Unidos un negro puede llamar “negro” a otros “negros”, con toda
la intención de ofender, pero un “blanquito” no. En esto también los feministas
son como los fanáticos seguidores de Trump, y abundan los ejemplos en las redes
sociales de personas que son violentadas cruelmente por el único y accidental
hecho de hablar en español. Me gustaría ver un vídeo en el que un feminista
migrante les hablara a los babosos trumpistas en el más puro y casto español
pero sustituyendo la “a” y la “o” por la “e” en todas las terminaciones de
género. Esos pinches gringos se quedarían pasmados sin saber si propinarle una
putiza al migrante o abrazarlo como hermano de su lucha de odio. La imbecilidad
violenta no tiene género, tampoco fronteras.
Como
el discurso del odio no conoce límites podríamos seguir estableciendo paralelos
menores como con la comida (migrantes comedores de frijoles, machos atendiendo
restaurantes), o el vestido (se viste como “mexicano”, se viste como “macho
violador”).
El
odio desconoce los límites y se expresa por contradicciones. Negar el uso del
lenguaje sexista del español (que sí lo es), no provoca igualdad de
oportunidades, solo logra esconder las diferencias culturales que modelaron una
sociedad injusta, como la nuestra, como casi todas, y en el peor de los casos,
retrasa los avances que el discurso feminista ha logrado en el último siglo.
Adolf Hitler escondía los campos de concentración, Trump quiso esconder los
centros en zonas fronterizas donde separan a los hijos de sus padres.
No
dudo de las buenas intenciones de Donald Trump. En el fondo, tiene buenas
intenciones. Realmente tiene la convicción de que los migrantes mexicanos son
un puto peligro para los Estados Unidos. No solo son asesinos y violadores, no
solo roban empleos. Tienen el poder de destruir a su país. De la misma manera,
no dudo de las buenas intenciones de los seudofeministas que intentan aplicar
su política de odio sobre el que se les ponga enfrente, hombre macho o mujer
perpetuadora de códigos. Lo que pasa con Donald Trump es que es violento,
arrebatado y algo imbécil. Lo que pasa con estos seudofeministas no puede
considerarse diferentes.
Marcos
Celis es un buen teatrero. No solo eso, es buen tipo. Anduvo algún tiempo acá
en Xalapa y fue mi compañero en la Honorable y Heroica Compañía Titular de
teatro de la Universidad Veracruzana. Después regresó a Hidalgo. Hace poco me
pidió permiso para llevar a escena “Diatriba rústica para faraones muertos”,
una de mis primeras obras. Al principio me puse algo rejego, sobre todo porque,
como sucede en mis textos más bisoños, el lenguaje, sobre todo el lenguaje del
sexo y la vulgaridad, es realmente pueril (en estas obras los personajes dicen
barbaridades como “seno” en lugar de “chichis” o “pene” en vez de los más
apropiados “riata” o “pispiote”, por ejemplo”). No he visto el montaje, pero
confío en la capacidad de Celis y no dudo que lo haya subido a las tablas con
solvencia y poesía. Marco Celis y su grupo inscribieron la obra en la Muestra
Estatal de Teatro de Hidalgo. Parece que les fue bien. El público lo gozó. O al
menos parecía que lo gozó hasta que una panda de feministas con evidente
ignorancia y limitación de sus capacidades cognitivas se lanzó contra el grupo
en las redes sociales para vituperarlo por su evidente promoción de la
violencia sobre la mujer, o lo que ellos consideraron que hacía.
Cuando
la gente es imbécil y violenta, es difícil, si no imposible, explicarle que el
cabrón que está disfrazado de danés medieval no es el Príncipe Hámlet, sino un
actor de Tepeloapan tratando de repetir las líneas que memorizó de una
traducción de María Enriqueta González. Cuando la gente es imbécil y violenta,
es inútil explicarle que exponer un mundo violento y soez es todo lo contrario
a promover la lumpenización de nuestra sociedad. Decirlo en tono de comedia
supongo que es lo que más les molesta: el humor es la máxima expresión de la
inteligencia (salvo Capulina, claro).
Así
las cosas, primero atacaron con vileza al grupo, luego, tuvo Marcos la
gentileza de indicarles que el texto no era de él sino de este servidor.
Gracias, amigo. Ya se imaginarán, esta caterva de cromañones volvió a afilar
los pedernales y, todos hambreados, me vieron la jeta de un suculento ejemplar
de la megafauna. Y como notaron grande al animal, intentaron convocar a la
conversación a Micaela Gramajo, un peso pesado de la escena y la defensa del
feminismo (por cierto, de toda mi admiración como persona y profesional de la
escena: lo que hizo con Bernardo Gamboa en Bola
de carne es un altísimo ejemplo de buen teatro y altura ética). Yo sí me
pandeé. Más tardo que perezoso etiqueté a Luz Emilia Aguilar, Fernando de Ita y
Alejandra Serrano. Entiendan que como buen animal de grandes dimensiones, soy
lento y muy, pero muy cobarde. De nada sirvió, mis queridos defensores me
dejaron solo a mi suerte. Así que me hice como que estaba pastando y en lo que
pude emprendí graciosa huida. No sin antes recibir unas buenas mentadas de
madre y, como los trumpistas, conminarme al silencio antes de decir en español
lo que pienso de mi lugar en este jodido mundo.
Quiero
creer, que como los trumpistas, los ataques tienen otro objetivo que la mera
defensa de lo que quieren que creamos que es una postura ética. En este caso,
más parece que estos salvajes solo intentaron con esta campañita evitar que la
obra del grupo dirigido por Celis ganara su pase a la muestra de la región. Me
siento mal por este grupo de teatreras y teatreros, siento que los ofendieron
por mi culpa. Yo ya estoy acostumbrado, cuando te expones a la opinión pública
es normal que aparezcan estos tipejos que, escudados en el anonimato que les da
un nombre y un apellido que solo conocen en su casa, se sientan libres para
lanzar los más ingenuos vituperios.
Estrambote
El
teatro es un milagro. Cada puesta en escena es un milagro. Cada que un grupo de
valientes teatreros toma un texto mío y le dedica una parte de su vida para
llevarlo al tablado me honra y honra mi paso por este mundo. Siempre he dicho
que el dramaturgo es un cobarde que no da la cara que escribe para un grupo de
valientes que se paran de cuerpo entero para arrostrar a una comunidad con
palabras que duelen y el riesgo que esto implica. En este caso me siento
doblemente honrado y agradecido con los señores de Ánimo Ánimo: en el elenco de
Diatriba… con Karen Celis, Marcos Celis, Alice Dutailly, Juan Jasso Aboytes y Emanuel
Papadopoulos Grimaldi. La dirección es del mismo Marcos Celis y la asistencia
de dirección de Alejandra Luna Rojas. Gracias por ser así, no cambien.