martes, 28 de junio de 2016

Un hombre de buen corazón

Testimonio de amor


Un día sí y otro también, leo en el féisbuc conmovedoras historias de animales que fueron rescatados de la tragedia y no encuentran cómo mostrar más cariño y agradecimiento a sus salvadores. Casi siempre la historia está expresada en videos de menos de un minuto, lo que tiene la doble ventaja de no obligarme a leer y darme un golpazo de adrenalina que me hace recuperar la fe en la humanidad y el orden natural. Y sin separar la vista de mi celular, qué maravilla.

Motivado, pues, por estos testimonios, hoy quiero aportar con el mío, no menos conmovedor, testimonio de cuando, hace unos tres años, rescatamos una puta. Ya la habíamos visto varias veces por la zona de basureros del estacionamiento del Soriana, pero entonces supusimos que, o tenía dueño, o se las arreglaba bien para vivir en la calle. Hasta que una noche la atropellaron casi frente a nosotros en el semáforo del Cópel. La atropellaron o eso creímos, pues ella insistió después que la habían tirado de un carro en marcha por una mamada que no salió como esperaba. Cualquiera que haya sido el hecho, estaba muy lastimada, con la patita rota y hecha un mugrero de puta. No quiero parecer aquí sentimental, pero nos dio mucha ternura. Siempre cargo con una lona plástica en la cajuela, para emergencias, así que pusimos la lona sobre el asiento de atrás de la camioneta y ahí echamos a la puta. Parte por el madrazo, parte por las tachas, estaba algo alterada, pero Connie, mi mujer de entonces, la tranquilizó dándole ligeras palmaditas en la espalda. La veterinaria estaba cerrada a esas horas, así que tuvimos que llevarla a la Cruz Roja. Cuando vio la gran cruz brillando sobre la noche, se puso como loca, habrá pensado que la llevábamos a esterilizar o tenía ese miedo natural de las putas por los hospitales públicos y las delegaciones de policía, pero estaba tan jodida que acabó resignándose a su suerte. Somos, o éramos, una familia cristiana, así que esperamos durante cuatro horas hasta que la dieron de alta.

Creímos que ahí terminaba nuestra labor, pero no, quiso el Señor que la puta saliera más jodida de como la habíamos entregado, y sin pensarlo decidimos llevarla a casa para su recuperación. Ahí compartió con nosotros las dos semanas más bonitas de mi vida, y me atrevo a decir que de Connie y sus hijos también. Sé que es un cliché, pero lo comprobé con la puta: la puta que rescatas siempre será más cariñosa que la que compras. Comprobadísimo.

Como la puta no nos decía su nombre y no tenía papeles le pusimos “Princesa”, y le gustó el nombre, porque cada que se lo decíamos sonreía con la bocota abierta, mostrando todos los dientes negros y comidos por las metanfentaminas. En general era bien portada, obviamente había que tener las precauciones de siempre, como no dejar carteras a la mano, esconder las alcancías de los niños y los cuchillos filosos o con punta. Fuera de eso, fue un verdadero regocijo tenerla entre nosotros, hasta que decidió que su tiempo había terminado con nosotros y se fue a seguir su vida. Los niños aseguraban que no habían dejado ninguna puerta sin llave, yo no les creí. El caso es que Princesa se fue y nos dejó un gran hoyo en el corazón. De eso hace tres años ya.


La vida siguió, Connie se fue y se llevó a sus hijos, yo me entregué a mi trabajo en el despacho y a mis infaltables jueves de ajedrez. Seguido veo por la calle a putas que me recuerdan a Princesa. No es porque sean flacas y panzonas como ella, no es por esas falditas de licra y aguacate. Es solo que Princesa fue algo bello y pasajero y sueño con volver a ver cómo atropellan a una, o la echan de un auto en movimiento por una mamada fallida. Sueño con volverla a rescatar y no dejarla ir nunca más, y como no queriendo he tomado mis precauciones: además de la lona azul, siempre traigo en la cajuela un rollo de cinta gris, medio quilo de estopa y unas esposas. Este es mi testimonio.

viernes, 3 de junio de 2016

El espacio de lo sagrado y las hordas del féisbuc

Luis Enrique Gutiérrez O.M.


Para David Gaitán, que tuvo el valor.


Queda manifiesto el enojo de Eco en la ya clásica sentencia: “Hanno dato diritto di parola a legioni di imbecilli”. Guardando las distancias, y escondiendo los calendarios, bien podríamos creer que don Umberto lanza este grito pensando en el infame Savonarola, quien, por cierto, no tarda en tener un altarcito nutrido de veladoras en las redes sociales.

Si un imbécil piensa que por presionar un botón está incidiendo en la realidad, o por copiar y pegar una frase está “publicando” (con todo lo que implica de responsabilidad que en la realidad implica “publicar”), este imbécil nunca entenderá que en el mundo de lo concreto publicar te exige responsabilidad y te entrega permanencia.

Cuando Toño Zúñiga “publica” sus ya famosos berrinches en féisbuc, y su círculo de seguidores se los celebra con ingenua inmediatez, es obvio que Toño Zúñiga piensa que hizo algo más o menos similar a publicar La estación violenta de Paz (la que, dicho sea de paso, en su primera edición no pudo tener, pero ni por mucho, más lectores que Zúñiga).

Otro de los graves problemas que genera habitar sin conciencia las redes sociales está en la confusión de lo que significa el espacio público y su uso. Cuando esta confusión en el uso del espacio público se traslada de la virtualidad a lo concreto, cuando se quiere brincar de las redes sociales a la plaza pública (a la de cemento y jardineras, pues), lo que era una irresponsabilidad más o menos tolerable, en tanto que fugaz, ahora deviene monstruosidades.

Hay que saber moverse en las redes sociales. Las alimañas que armaron desde hace meses la infundada campaña contra Adrián Vázquez, excepcional creador teatral, apelaron a la irresponsabilidad de estas redes para encontrar un correlato en el boca a boca, asumiendo, con razón, que la confusión de categorías implícita en el copipeis, es perfectamente trasladable para confundir los conceptos de intertextualidad y plagio en el mundo de lo concreto. No puedes pedirle a un imbécil que ha modelado sus referentes culturales en las redes sociales que no intente operar en otros ámbitos de la vida, con diferentes procedimientos. Nunca lo entenderá. Cómo puedes explicárselo cuando le funciona en lo inmediato y ha modelado su conducta en la inmediatez de las redes sociales.

La irrupción de hace unos días en el teatro Coyoacán (o como se llame ahora) por un grupo de enmascarados, tiene todos los rasgos de la horda en acción. La horda, anónima y cobarde irrumpió en un espacio sagrado (que bien lo señaló David Gaitán y por señalarlo fue vilmente linchado por los imbéciles feisbuqueros). Más cobarde aún: es fácil hacerle esto a un hombre que no pinta en el panorama del teatro. ¿Por qué no fueron a meterse a un montaje de la Compañía Nacional de Teatro?, en la que seguramente agarraban a más acosadores juntitos y desprevenidos. ¿Cuántos de los que participaron, o de quienes los celebraron o consintieron con su silencio cómplice no han intentado más de una vez hacerse de las nalgas de una aspirante a actriz aprovechando su posición en la escala evolutiva del teatro? La horda no tiene calidad moral, en el anonimato colectivo se confunden los buenos, los malos y los regulares. A la horda no la define la razón, en la catarsis se pierde cualquier oportunidad de estrategia. Ese acto tuvo menos valor como denuncia que como pretexto para nutrir de contenidos las redes sociales. Y en la inmediatez de las redes sociales, sus analfabetas funcionales saltarán para acusar, que por decir esto soy un defensor de violadores. Así pasa.

Ecce homo, imbéciles, aviéntense.