El
espacio de lo sagrado y las hordas del féisbuc
Luis Enrique Gutiérrez O.M.
Para David Gaitán, que tuvo el valor.
Queda manifiesto el enojo de Eco en
la ya clásica sentencia: “Hanno dato diritto di parola a legioni di imbecilli”.
Guardando las distancias, y escondiendo los calendarios, bien podríamos creer
que don Umberto lanza este grito pensando en el infame Savonarola, quien, por
cierto, no tarda en tener un altarcito nutrido de veladoras en las redes
sociales.
Si un imbécil piensa que por
presionar un botón está incidiendo en la realidad, o por copiar y pegar una
frase está “publicando” (con todo lo que implica de responsabilidad que en la
realidad implica “publicar”), este imbécil nunca entenderá que en el mundo de
lo concreto publicar te exige responsabilidad y te entrega permanencia.
Cuando Toño Zúñiga “publica” sus ya
famosos berrinches en féisbuc, y su círculo de seguidores se los celebra con
ingenua inmediatez, es obvio que Toño Zúñiga piensa que hizo algo más o menos
similar a publicar La estación violenta de
Paz (la que, dicho sea de paso, en su primera edición no pudo tener, pero ni
por mucho, más lectores que Zúñiga).
Otro de los graves problemas que
genera habitar sin conciencia las redes sociales está en la confusión de lo que
significa el espacio público y su uso. Cuando esta confusión en el uso del
espacio público se traslada de la virtualidad a lo concreto, cuando se quiere
brincar de las redes sociales a la plaza pública (a la de cemento y jardineras,
pues), lo que era una irresponsabilidad más o menos tolerable, en tanto que
fugaz, ahora deviene monstruosidades.
Hay que saber moverse en las redes
sociales. Las alimañas que armaron desde hace meses la infundada campaña contra
Adrián Vázquez, excepcional creador teatral, apelaron a la irresponsabilidad de
estas redes para encontrar un correlato en el boca a boca, asumiendo, con
razón, que la confusión de categorías implícita en el copipeis, es
perfectamente trasladable para confundir los conceptos de intertextualidad y
plagio en el mundo de lo concreto. No puedes pedirle a un imbécil que ha
modelado sus referentes culturales en las redes sociales que no intente operar
en otros ámbitos de la vida, con diferentes procedimientos. Nunca lo entenderá.
Cómo puedes explicárselo cuando le funciona en lo inmediato y ha modelado su
conducta en la inmediatez de las redes sociales.
La irrupción de hace unos días en el
teatro Coyoacán (o como se llame ahora) por un grupo de enmascarados, tiene
todos los rasgos de la horda en acción. La horda, anónima y cobarde irrumpió en
un espacio sagrado (que bien lo señaló David Gaitán y por señalarlo fue vilmente
linchado por los imbéciles feisbuqueros). Más cobarde aún: es fácil hacerle
esto a un hombre que no pinta en el panorama del teatro. ¿Por qué no fueron a
meterse a un montaje de la Compañía Nacional de Teatro?, en la que seguramente
agarraban a más acosadores juntitos y desprevenidos. ¿Cuántos de los que
participaron, o de quienes los celebraron o consintieron con su silencio cómplice
no han intentado más de una vez hacerse de las nalgas de una aspirante a actriz
aprovechando su posición en la escala evolutiva del teatro? La horda no tiene
calidad moral, en el anonimato colectivo se confunden los buenos, los malos y
los regulares. A la horda no la define la razón, en la catarsis se pierde
cualquier oportunidad de estrategia. Ese acto tuvo menos valor como denuncia
que como pretexto para nutrir de contenidos las redes sociales. Y en la
inmediatez de las redes sociales, sus analfabetas funcionales saltarán para
acusar, que por decir esto soy un defensor de violadores. Así pasa.
Ecce homo, imbéciles, aviéntense.
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