El plomero y la gendarma
Luis Enrique Gutiérrez O.M.
—Mi marido es policía.
Esa es la definición de dar dos
respuestas en una. Las dos muy malas, ninguna de ambas solicitada.
La había conocido en la fila
del súper. Era menudita. Como la vi medio chacha le dije que yo era plomero. Cosa
que no me creyó. Como ella me vio medio mamón y bañadito me dijo que tenía un
puesto en el tianguis. Yo ni le creí ni no, me valía madres si vendía pollos
destazados o lavaba ajeno. Y ya emparejadas las condiciones sociales, cual debe
ser, estuvimos cogiendo por tres meses. Ella iba a mi departamento, no este, el
de Vistas, en el que estuve como tres años. Yo nunca iba a su casa.
—Para ser plomero, tu
departamento es muy bonito y al excusado hay que jalarle el hilito con la mano.
Yo debí responderle que para
tener un puesto de ropa en pacas en el tianguis se vestía como si fuera a
meterse a limpiar el tinaco. Pero soy un caballero y guardé silencio.
—Mi marido es policía, pero no
te apures, ya le dije “de lo nuestro”.
Puta madre. Con razón casi
siempre venía de noche.
—No me digas que trabaja en el
turno de noche.
—A veces, normalmente
veinticuatro por cuarenta y ocho.
Puta madre, con razón casi
siempre venía de noche y a veces se quedaba todo el día. Veíamos series
gringas. Yo preparaba medias noches con jamón o sopa de coditos y nos poníamos
a ver series gringas de un tirón. No hablábamos mucho, solo veíamos series
gringas y cogíamos. Aunque con tanta media noche y coditos, más que estadas
románticas esas parecían fiesta infantil de clase media baja. Solo nos faltaba
el payaso que se pierde a fumar mota entre número y número.
—¿Y qué es eso de “lo nuestro”?
—Lo nuestro. Qué más.
Eso no me estaba gustando nada.
—¿Y cómo tomó eso de “lo
nuestro?
—Ya te dije que no te apures.
Anda de huída. Parece que el muy hijo de puta era de esos que desaparecían
cabrones con el gobernador anterior y lo van a refundir en Pacho Viejo veinte
años.
Se puso a llorar. Cosa que no
entendí. El que tenía que estar llorando era yo.
—Es que nunca me dijo nada de
eso. Nunca sabes con quién duerme.
—Y me lo dices a mí. ¿Crees que
estemos en peligro… que se vaya a tomar a mal la cosa o algo así?
—No para nada, yo no. Es un
desgraciado pero que me quiere mucho.
—Me acabas de tranquilizar.
—Ya te dije que lo van a
entambar hasta que le cuelguen las tetas.
—Pero anda de huída.
—Para eso de desparecerse es
una bala.
Esa tarde ya no fue como otras.
Sí, cogimos. Sí, vimos serie gringas. Sí, comimos medias noches con jamón y
mayonesa y sopa fría de coditos con galletas saladas. Pero nada era lo mismo. Cuando
llegó el idiota de Amazon a entregar el Manual de Plomería que yo había pedido
desde hacía tres meses me traté de esconder debajo de la cama. Pero no cupe.
Ella terminó abriendo a pesar de que le pedí que por nada del mundo se acercara
a la puerta ni hiciera ruido. Pero no entendió la clave de “no hay nadie en
casa” y fue por el paquete. Lo abrió frente a mí. Lo estuvo hojeando y ojeando
y luego me lo dio y seguimos viendo la cuarta temporada de Jomlan por cuevana.
Así es la vida.
Esa fue la última vez que nos
vimos. Nos seguimos mandando algunos mensajitos. Yo evitaba preguntarle por la
fuga de su marido y ella evitaba preguntar si ya había leído el puto librito.
Después los mensajes cesaron. Un día le escribí uno y me dejó en visto.
Hace poco la vi en un semáforo.
Estaba de uniforme. No de agente de tránsito, sino de esas auxiliares que te
están pitando para que te apures y luego te detienen de golpe para que pasen la
calle siete tullidos caminando de espaldas. No me vio. Bueno, sí me vio pero no
me vio. Ni siquiera me sonrió. Solo silbó un poco más fuerte, yo di vuelta y
sentí esa cosita rara que sientes en la panza cuando sabes que la regaste, y
bien gacho, en el amor. Así pasa.
Te extrañamos querido LEGOM, pero es un gusto poder leerte, para muchos que te quisimos y que te podemos seguir leyendo, vas a ser inmortal. Abrazo amigo.
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