viernes, 15 de mayo de 2020

Teatro. La maldita palabra


Teatro, la maldita palabra
Luis Enrique Gutiérrez O.M.

Fernando de Ita y Rodolfo Obregón, y hasta sin quererlo, quedaron en medio de la gran trifulca que azota a nuestros creadores: qué es teatro y qué es hacerlo en estas u otras condiciones. Nada gratuita la bronca, y tan terrible que hasta su meme ya les dedicaron las redes sociales.
Fernando de Ita y Rodolfo Obregón pueden discutir lo que quieran sobre teatro. Y hasta puede ser importante. A fin de cuentas, no creo que haya en este país otros dos que sepan tanto de teatro, y que tanto y tan bien lo hayan visto y pensado. Pero ninguno de ellos tiene que hacer teatro en las condiciones en las que estamos intentando hacerlo en estos momentos. Qué le dicen de Ita y Obregón en su discusión a los actores a los que les tumbaron sus proyectos de teatro escolar. Nada. Cuando llegue el casero a cobrarle la renta renta al actor no va a servir de nada explicarle: “Es que de Ita dice que teatro no es…”. A los veinte minutos llegan tres changos y te avientan sin cubrebocas a la calle con todo y chivas. De hecho, cualquiera de las dos posturas es peligrosa para el teatro: si le crees a de Ita ya te jodiste si quieres, como querías hasta hace dos meses, vivir del teatro. No vuelves a ver una monja verde hasta que termine esto, si es que alguna vez termina. Si le crees al buen Rodolfo, peor tantito, cruzas la puerta del infierno de Dante y pierdes toda esperanza, porque si no se necesitan las condiciones materiales que requiere la presencia activa del público en lo que hacemos, ahora sí nunca volvemos a sacarle un peso ni al público, ni a los patrocinadores ni a las instituciones que nos pagan, pero nunca, ni aunque saliéramos mañana mismo de este curioso medioevo. Como si necesitaran más pretextos esos que se la pasan queriendo convertir los teatros en estacionamientos o torres de oficinas.
De todo lo que necesitamos para hacer teatro, en el sentido puro y duro, lo único que no tenemos ahora es la presencia del público. Invito a todos los teatreros a que le expliquen al lego que no es apenas algo más que una cursilería esta necesidad que tenemos de actuar frente a un grupo y sentirlo replicar como una marea a lo que espetamos sobre la escena. Que no es poca cosa, no lo es. Yo llevo dos meses queriéndole llevar una carta de amor a una adolescente hondureña del Gladys (el mejor putero de migrantes acá en Coatepec), y no puedo. Y ya no voy a poder: el Gladys está cerrado, creo que deportaron a la pollita y yo ya ni creo en el amor. Así es la vida.
De todo lo que necesitamos, entonces, para hacer “esto que hacemos”, lo único que nos hace falta al día de hoy es la presencia activa del público. En el fondo de este terror está esa idea que ronda la cabeza de todos los teatreros sin animarse a pronunciar en voz alta, y que más o menos dicta que después de la aparición del cinematógrafo, el teatro se convirtió en una representación de segunda, y que solo la justificaría la presencia activa del público frente a los actores. Es decir, lo que soporta este terror no es otra cosa que la baja autoestima que permea nuestro medio. Porque durante el siglo veinte y hasta ahora, el teatro siguió siendo a su modo teatro (a veces, demasiado a su modo), y los actores y escritores seguimos adaptando nuestro hacer a las circunstancias. Incluso hasta salimos ganando, y por prueba pongo que ya hasta tenemos permiso para ser enterrados en los cementerios. Pero seguimos asustados. Se nos olvida que todo lo que ahora llamamos “medios audiovisuales”, más allá de haber conseguido sus credenciales propias, en el fondo es más o menos “teatro”.
No tenemos la presencia activa del público, pero sí tenemos capacidades desarrolladas para contar historias y representarlas. Tenemos además el arma supermegapoderosa y recabrona de la convención. Si encontramos la manera, entonces, y cada quién a su modo, de seguir representando lo que pensamos de este mundo matraca y su belleza, y conseguimos que alguien nos pague por ello (lo que ahora definen con el curioso nombre de “monetizar”), tal vez estemos a un paso de seguir comiendo de esto. Que si se llama Chona o se llama Juana, no creo que sea lo importante.
Lo que sí, si queremos que tal vez, algún día, podamos hacer lo que nos gusta frente a un público y en cualquiera de sus formas, ni mencionemos la palabra “teatro” hasta que no hayamos roto el conjuro escuchando de nuevo el aplauso desde la gradería. Que la palabra “teatro”, pues, quede desde ahora maldita y maldito aquel que la mencione sin motivo.
Ai les dejo eso y paso a retirarme.
PD: Vendo, permuto o regalo dos perros casi finos y un gato culero de media cola. Interesados por inbox.

martes, 11 de junio de 2019

JESUSA, LA MAFIOSA FIFÍ


Jesusa Rodríguez parece que no lo sabe. Que nunca lo ha sabido: lo que ella hace o hizo, siempre, es un teatro comercial. Tanto como el Rey León o las peores parodias escritas para actores de la telenovela en turno.
Voy por partes: el teatro tiene tres fuentes de financiamiento directas, no más: el Estado, la iniciativa privada, y la taquilla.
La idea de que el estado participe en el financiamiento de los espectáculos teatrales cambia en la medida en la que entendemos la misma idea del Estado. Así, un Estado totalitario, busca y exige que se agenda política, en mayor o menor medida, se vea reflejada o, en el peor de los casos, no vulnerada, por las ideas que pueda hacerse el espectador de lo que pasa y se dice desde las tablas. En el otro polo, un sistema político que se quiera llamar democrático, en la actualidad, no hace más que evitar lo que haría un sistema totalitario: simplemente no toma decisiones para hacer la derrama de apoyos y permisos para el teatro comparando los espectáculos con los renglones de su ideario o intereses. Esto parte de una idea que ya tenían los atenienses: en el teatro se discuten ideas y la discusión libre de las ideas es un rasgo definitorio de lo que llamamos democracia.
Antes de seguir hay que decir que por más que Jesusa y demás panfletarios de esa forma extraña de neoliberalismo que ahora, ya sea por ignorancia, estulticia o pura y simple malicia, se quiere llamar “izquierda”, por más que insista desde sus tribuna que estamos saliendo de un sistema totalitario, al menos, en el tema del FONCA, con todos los problemas que pueda tener, nunca antes ni priístas ni panistas, por lo menos en el tiempo que tengo escribiendo para la escena y recibiendo becas, las decisiones de los apoyos fueron tomadas por un censor, y por lo tanto, condicionadas a los intereses del poder en curso. Estas decisiones siempre han sido tomadas directamente por los mismos ciudadanos especialistas en la materia. De nuevo, el sistema no es perfecto, y en estas decisiones siempre encontraremos filias y fobias, áreas de asignación de recursos secuestrados por pequeños grupos de poder, centralismo, amiguismos, o simples errores de juicio. Pero muchos más problemas tiene lo que en este país llamamos, en general, “democracia”, que el sistema de reparto de recursos que utiliza el FONCA.
Cuando Jesusa Rodríguez insiste en que las becas para las artes deben desaparecer, habla desde una extraña autoridad que pretende que le da el haber hecho un teatro combativo con absoluta libertad. Está equivocada. Lo que siempre hizo fue un teatrito comercial que encontró su nicho en un segmento de mercado muy bien identificado que iba a oír cómo se reforzaban las ideas que ya tenía sobre el sistema político, la sociedad, el mundo. Jesusa sufre, desde siempre, lo que llamábamos en el bachillerato “el síndrome del pedero”, y que básicamente consiste en que entre más pedero eres, crees que eres menos pendejo. Hacer un teatro “combativo”, pues, no es hacer un análisis de la realidad. Usar las tablas para gritar ocurrencias contra el poder, es solo hacerle circo al poder y buscar la risa de una secta de complacientes dispuestos a pagar de su bolsillo (en la taquilla) como quien deja su diezmo en el cepillo del templo. Haciendo esto no logras un nicho entre Esquilo y Bretch, en el mejor de los casos, lo que consigues, como Jesusa, es una Senaduría.
Volviendo a mi bordado. Qué pasa cuando el Estado no financia de manera libre al teatro. Al final, el teatro, terco como es, se fondeará en la iniciativa privada o la taquilla. Es decir, esta señora neoliberal tal vez no se da cuenta que si nos quitan las becas, los más listos, vamos a encontrar de qué seguir viviendo y contando nuestras historias, solo que sin las libertades que tenemos ahora sino atendiendo los dictados de los productores de las televisoras privadas. Los dramaturgos no tenemos muchos problemas, que para putas nacimos, y bien podemos escribir guiones para las pantallas. Habrá otros que las pasen peores. No quiero ni imaginar qué harían grupos emblemáticos de nuestro teatro, como el Grupo Teatral Tehuantepec, que desde el culo del mundo lleva treinta años haciendo un teatro de primer nivel, un teatro que no podría haberse desarrollado sin pelear por apoyos institucionales. Al final del día, un modelo de producción que no financia el Estado, solo vulnera a los que más trabajos tienen para hacer su teatro de manera libre y nos entrega, a todos los creadores, de pancita en el regazo del neoliberalismo más puro y duro. Eso no lo ve Jesusa, porque ella sigue creyendo que es de izquierda, sigue creyendo que trabaja para y es pagada por un gobierno de izquierda, cuando lo que estamos viviendo ahora es una forma extraña de gobierno neoliberal, solo que muy cuentachiles.

sábado, 23 de febrero de 2019

El naco y el discapacitado A defender el FONCA con los puños, camaradas

El naco y el discapacitado
A defender el FONCA con los puños, camaradas

Luis Enrique Gutiérrez O.M.

Para ser ciertos, no hay sorpresa. En lo dicho, en lo escrito, el Peje siempre mostró desprecio por temas como la cultura y los derechos humanos. Es simpático, tal vez uno de los motivos porque votamos por él, pero realmente es muy naco. Su discurso siempre ha sido cantinflesco cuando se ver obligado a fijar una postura al respecto. Así, cantinflescas, al grado de ofender impunemente a los artistas, han sido las declaraciones del nuevo titular del FONCA, un hombre que llega ahí esgrimiendo como principal mérito ser discapacitado. Este señor Bellatín, como discapacitado, merece todos mis respetos si me lo encuentro en la parada del camión o queriendo cruzar la calle, pero como funcionario, en dos meses ha demostrado ser una basura. Basura de la peligrosa.
El señor Bellatín, en vez de estar promoviendo integrar la seguridad social para los artistas beneficiaros de FONCA, en lugar de pelear porque aumenten los montos y se descentralicen para que lleguen a más artistas y grupos del país, en vez de esto, se ha envuelto en un galimatías donde se escuda en información privilegiada sobre cuchupos que no da a conocer, y mientras pretende vernos la cara de babosos a los artistas con sus enredos, por otra parte da órdenes a su gente para que entorpezca y bloquee los pocos apoyos que ya existen, a fin de mermarlos y a la larga, justificar su desaparición.
Es verdad que el FONCA tiene problemas, es verdad que hay que trabajar en su descentralización y modificar los sistemas de selección, los que hasta ahora, por componerse de los mismos jurados que reciben las becas en otras convocatorias, se ha ido entropizando en algunas disciplinas. Pero hay que reconocer que el FONCA, en sus problemas, también exhibe sus virtudes: es tal vez el órgano público más ciudadanizado de la federación. Sus decisiones, sobre todo las principales: a quién y cómo se le otorgan los apoyos para el arte y la cultura, no las toma un burócrata atrás de un escritorio, sino cuerpos colegiados de artistas, en un sistema tan público que hasta las notas del jurado sobre los proyectos son objeto de acceso a la información pública.
No ha argumento que valga. Si en el FONCA se encuentran de repente creadores que accedieron a apoyos y reconocimientos sin mucho mérito, la gran mayoría hemos recorrido todos los escalones de la meritocracia y trabajamos mucho más de lo que nos piden en los proyectos e, incluso, retribuimos a la sociedad más de lo que nos pide el FONCA sin que eso quepa en los reportes.
Siempre habrá burócratas, como los de la Secretaría de Hacienda, que vean con malos ojos que se destinen al arte y la cultura los dineros que les gustaría usar para armar al ejército contra los ciudadanos. De ellos se entiende, son contadores cuentachiles. Pero que el mismo director de FONCA se ponga de su lado, es inconcebible. De nada sirve mandar cartas al Peje o a la ONU, lo primero que tenemos que hacer, es pedir que destituyan a este señor Bellatín del FONCA, y que si tienen algún compromiso político con él, ya sea por su postura política o por su discapacidad, lo reasignen como notificador del SAT, que es el lugar en el que debería estar.
Artistas y promotores, no podemos dejar que nos sigan ofendiendo, defendamos el FONCA con los puños, con ambos.

jueves, 11 de octubre de 2018

El nini


El nini

¿Entonces?
Ay, mamá…
Yo solo decía.
¿Eso es lo que quieres?
Que yo solo decía. ¿Quieres más frijolitos?
No quiero más frijolitos y deja de molestarme.
Es que yo veo a los otros muchachos, que ya hasta tienen su casa y…
Y qué.
Y se responsabilizan.
Mamá.
Yo pensé que ahora que ya eres gobernador, podrías buscar una casa bonita, y casarte… y eso que hacen todos.
Como no vivir con sus papás.
Que yo solo decía.
Mamá, todavía no tomo posesión y ya me andas echando de la casa.
Pero mijo.
No me quieres.
Cómo dices eso. Por qué me dices esas cosas.
Pues eso parece.
¿En serio no quieres más frijoles? Les puse huesito de aguacate, como te gustan.
Que no quiero más frijoles. ¿Ya?
Mira al otro muchacho.
A qué otro muchacho.
Al que le ganaste.
¿Ese qué?
Ese no vive con sus papás.
Peor tantito, su papá lo quería poner de gobernador.
No andes hablando mal de los otros.
Su papá lo quería poner de gobernador.
No hables mal de los otros que ya no estás en campaña. Ese muchacho habría sido un buen gobernador.
Qué estás diciendo.
Nada, yo solo digo.
Qué estás diciendo, mamá.
Que no estoy diciendo nada.
Mamá…
Qué.
Mamá, dime la verdad, ¿por quién votaste?
El voto es libre y secreto.
Mamá…
Yo solo digo que ese era muy buen candidato, y no tiene nada de malo que la gente vote por él.
¿Votaste por él, mamá?
No te lo voy a decir. Libre y secreto.
Mamá. ¿Votaste en mi contra?
Pinche chairo.
Mamá. Votaste por ese wey.
Yo no dije eso.
Ya que quieres que me vaya de la casa, aunque fuera por eso, por qué no votaste por mí. Así si ganaba, me iba de gobernador y ya no te molestaba.
Ja… para lo que sirvió.
Que todavía no tomo posesión.
Mijo, ¿me estás diciendo que en diciembre te vas de la casa?
No estoy diciendo nada. Estoy diciendo que apenas pasaron los cómputos distritales y tú ya me andas echando.
No voltees las cosas. Yo no quiero que te vayas.
Eso parece.
Ya sabes que esta es tu casa y que siempre va a ser tu casa aunque te vayas a otro lado ahora que te den tu hueso.
Eso está mejor.
¿Y para cuándo dices que tomas posesión?
No voy a hablar más del tema. Y deja de querer servirme frijoles.
¿Y ese señor, el que te hizo la campaña?
De quién hablas.
Del canosito. El que dice de la mafia del poder y esas cosas.
Ah, ese. Ese qué.
¿Ese también vive con sus papás?
Por si no sabes, para que no andes hablando mal de la gente… él tiene su propio departamento.
¿Ya ves lo que te digo?
No, no veo lo que me dices.
Él no vive con sus papás.
Tiene como setenta años, claro que no vive con sus papás.
Ay, Dios mío. ¿En serio estás esperando cumplir setenta años para mudarte?
Me lleva… me lleva…
Ya, ya no digo nada.
Está bien. Échame más frijoles.
¿No que ya no?
Y las tortillas ya se enfriaron. Carajo.

martes, 2 de octubre de 2018

El plomero y la gendarma


El plomero y la gendarma

Luis Enrique Gutiérrez O.M.

—Mi marido es policía.
Esa es la definición de dar dos respuestas en una. Las dos muy malas, ninguna de ambas solicitada.
La había conocido en la fila del súper. Era menudita. Como la vi medio chacha le dije que yo era plomero. Cosa que no me creyó. Como ella me vio medio mamón y bañadito me dijo que tenía un puesto en el tianguis. Yo ni le creí ni no, me valía madres si vendía pollos destazados o lavaba ajeno. Y ya emparejadas las condiciones sociales, cual debe ser, estuvimos cogiendo por tres meses. Ella iba a mi departamento, no este, el de Vistas, en el que estuve como tres años. Yo nunca iba a su casa.
—Para ser plomero, tu departamento es muy bonito y al excusado hay que jalarle el hilito con la mano.
Yo debí responderle que para tener un puesto de ropa en pacas en el tianguis se vestía como si fuera a meterse a limpiar el tinaco. Pero soy un caballero y guardé silencio.
—Mi marido es policía, pero no te apures, ya le dije “de lo nuestro”.
Puta madre. Con razón casi siempre venía de noche.
—No me digas que trabaja en el turno de noche.
—A veces, normalmente veinticuatro por cuarenta y ocho.
Puta madre, con razón casi siempre venía de noche y a veces se quedaba todo el día. Veíamos series gringas. Yo preparaba medias noches con jamón o sopa de coditos y nos poníamos a ver series gringas de un tirón. No hablábamos mucho, solo veíamos series gringas y cogíamos. Aunque con tanta media noche y coditos, más que estadas románticas esas parecían fiesta infantil de clase media baja. Solo nos faltaba el payaso que se pierde a fumar mota entre número y número.
—¿Y qué es eso de “lo nuestro”?
—Lo nuestro. Qué más.
Eso no me estaba gustando nada.
—¿Y cómo tomó eso de “lo nuestro?
—Ya te dije que no te apures. Anda de huída. Parece que el muy hijo de puta era de esos que desaparecían cabrones con el gobernador anterior y lo van a refundir en Pacho Viejo veinte años.
Se puso a llorar. Cosa que no entendí. El que tenía que estar llorando era yo.
—Es que nunca me dijo nada de eso. Nunca sabes con quién duerme.
—Y me lo dices a mí. ¿Crees que estemos en peligro… que se vaya a tomar a mal la cosa o algo así?
—No para nada, yo no. Es un desgraciado pero que me quiere mucho.
—Me acabas de tranquilizar.
—Ya te dije que lo van a entambar hasta que le cuelguen las tetas.
—Pero anda de huída.
—Para eso de desparecerse es una bala.
Esa tarde ya no fue como otras. Sí, cogimos. Sí, vimos serie gringas. Sí, comimos medias noches con jamón y mayonesa y sopa fría de coditos con galletas saladas. Pero nada era lo mismo. Cuando llegó el idiota de Amazon a entregar el Manual de Plomería que yo había pedido desde hacía tres meses me traté de esconder debajo de la cama. Pero no cupe. Ella terminó abriendo a pesar de que le pedí que por nada del mundo se acercara a la puerta ni hiciera ruido. Pero no entendió la clave de “no hay nadie en casa” y fue por el paquete. Lo abrió frente a mí. Lo estuvo hojeando y ojeando y luego me lo dio y seguimos viendo la cuarta temporada de Jomlan por cuevana. Así es la vida.
Esa fue la última vez que nos vimos. Nos seguimos mandando algunos mensajitos. Yo evitaba preguntarle por la fuga de su marido y ella evitaba preguntar si ya había leído el puto librito. Después los mensajes cesaron. Un día le escribí uno y me dejó en visto.
Hace poco la vi en un semáforo. Estaba de uniforme. No de agente de tránsito, sino de esas auxiliares que te están pitando para que te apures y luego te detienen de golpe para que pasen la calle siete tullidos caminando de espaldas. No me vio. Bueno, sí me vio pero no me vio. Ni siquiera me sonrió. Solo silbó un poco más fuerte, yo di vuelta y sentí esa cosita rara que sientes en la panza cuando sabes que la regaste, y bien gacho, en el amor. Así pasa.


sábado, 25 de agosto de 2018

La justicia de Pitágoras


Corrijo en mi nota de ayer:


Como es bien sabido, quien escribe este blog es un genio inusitado en lo que se refiere a la escritura de textos dramáticos, un cocinero de garnachas realmente proverbial, amigo de los perros y defensor de quienes no necesitan que los defiendan. Pero, para eso de las cuentas sí está medio pendejo. La selección de la 39MNT no incluye cuarenta obras, sino veintiséis, si se cuentan los espectáculos raros (Acciones artísticas especiales) y la encajada de siempre de la CNT; de estos, solo siete son de la ciudad de México, lo que representa un 23.1% de la selección. Lo que nos deja por una parte con la sensación de que hay un ligero avance, por la otra con la más ruda idea que nos la dejaron caer con cincuenta obras de la Ciudad de México en La libre. Como bien me apunta Alejandra Serrano, que no escribe ni cocina como un servidor, en todas las muestras hay una representación de obras locales. Quiero pensar que nadie notó que esta representación de obras locales casi triplica la selección de obras de “provincia” en la selección oficial.

viernes, 24 de agosto de 2018

Muestra La Libre o la cuota centralista


Hace pocos días se publicaron los resultados de la convocatoria a la trigésima novena muestra nacional de teatro. Una novedad que celebraron apresuradamente las redes sociales fue la disminución de la presencia dominante de obras de la Ciudad de México, pues desde los tiempos de Adán la MNT se ha caracterizado por hacer lo mismo que las políticas culturales de este país: enfocarse en el centro del país, particularmente en la Ciudad de México, y apenas atisbar con el rabillo del ojo la realidad teatral de toda nuestra geografía. O no. Lo que ahora se celebra como un avance en la selección, es que trece de las cuarenta obras seleccionadas provienen de la Ciudad de México (el 32.5%). Menudo avance. En la anterior muestra, de treinta y cinco obras seleccionadas, catorce correspondían al teatro de la Gran Tenochtitlan (el 40%), mientras en la muestra del 2016, solo once de las treinta y dos obras seleccionadas fueron chilangas, un 34.4% de la selección, casi idéntico a la selección actual. Entonces, lo que se presenta un avance de descentralización y se celebra como tal, más parece un muy pequeño accidente estadístico.
Este año se repite el ejercicio de convocar muestras estatales, luego muestras regionales y, a partir de este laborioso y muy caro experimento de inclusión y visibilización, colar cinco obras (un 10%) a la programación de la muestra. Con el detallito de que están pero no están, pues se presentan en un ambiente de condescendencia y marginación, una especie de muestrita paralela que Rodolfo Obregón ha llamado, con el tino que le caracteriza, con la “muestra paraolímpica”. Lo poco que este ejercicio repercute en la programación de la MNT se justificó desde un principio como un experimento inicial que con el tiempo, de funcionar, podría devenir proceso de integración vertebral de la programación. A algunos años de haberse implementado este sistema sigue resultando lo que pareció desde un principio: una válvula de escape para acallar las voces, cada vez más voces, cada vez más autorizadas, que reclamaban que la muestra nacional de teatro más parecía un paseo de las élites teatrales del centro del país por las bucólicas campiñas de la República del Teatro.
Si alguna novedad, realmente, podemos encontrar en esta edición de la MNT, es la ridícula muestra fringe La libre, que proponen varios foros coaligados de la Ciudad de México, aprovechando que la MNT ahora se celebra en el lugar más barato para celebrarse si de todos modos te centras en el centro: adivinaste: la Ciudad de México. La organización de La libre declara:

“Tenemos la certeza de que la celebración de La Libre MT dentro del contexto de la 39MNT en la Ciudad de México, propiciará que se rompan las estructuras medulares de la centralización, se construya un espacio plural para el desarrollo de las diversas poéticas que caracterizan al teatro mexicano y se integre a los espacios independientes como una opción para crecer las posibilidades teatrales en toda la República, dando a conocer, a través de la participación de artistas que por lo general permanecen al margen de los circuitos habituales de programación escénica, el talento y la abundancia de discursos poéticos que existen en todo el país”.

Como idea no está mal. Lástima que se queda solo en la idea. Si la MNT es centralista al programar cerca de un 40% de obras de la Ciudad de México, La libre, que declara que “propiciará que se rompan las estructuras medulares de la centralización”, programa un 87% de obras chilangas, pues de su programación publicada de sesenta y un obras teatrales, solo ocho corresponden a “la provincia”, esto considerando que de las tres obras que denominan su origen en el Estado de México, por lo menos dos son producciones netamente chilangas y la otra ni fu ni fa. De las ocho, pues que nos quedan, solo una, de Nuevo León, está lo suficientemente lejos de la capital para no considerarla hija del centro.
Eso de “…la participación de artistas que por lo general permanecen al margen de los circuitos habituales de programación escénica…” tampoco lo cumple. Es verdad que aparecen muchos nombres que no disfrutan de reconocimiento ni en la misma Ciudad de México que los cobija, pero también encontramos varios los nombres que habitualmente coronan los imaginarios de la cartelera del teatro independiente.
Lo que se presenta, pues, como un ejercicio de descentralización, tanto en lo geográfico como en lo conceptual, no solo deja de cumplirse, sino hace exactamente lo contrario a lo que propone.
Mientras un grupito de orates anda alborotando a las actrices para defender a la mujer en el teatro de una exclusión que no existe y un discurso de diferenciación de oportunidades por el género que solo se da de manera muy tangencial en el teatro mexicano, el centralismo, la verdadera plaga de las políticas públicas, la que vivimos todos los días los creadores que nos declaramos alérgicos al esmog y a desayunar entre la mierda y millones de violentos transeúntes, ese centralismo que en el imaginario relacionamos más con el siglo XIX, sigue pisando fuerte en la toma de decisiones y la asignación de los presupuestos del medio teatral. Si los teatros agrupados en La libre querían ayudarse un poquito con el accidente de tener la MNT en la Ciudad de México, allá ellos y allá los funcionarios que los cobijan, pero que no nos vengan a querer ver la cara de pendejos diciendo que lo hacen por nosotros.

Estrambote
Mario Cantú lo dice clarito: “En nuestro teatro, si no te conocen en la Ciudad de México, no existes”. Así pasa.