El nuevo gran escándalo en el teatro mexicano
El ambiente en la comunidad de dramaturgos está
más que enrarecido. En dos meses pasamos por sendos escándalos armados desde la
inmediatez de las redes sociales, escándalos que se trataron de disfrazar de
peleas por la legalidad y que, al final y sin escarbar mucho, mostraron su
naturaleza hipócrita y cargada de rencores.
Es verdad que la comunidad dramatúrgica,
relacionada, mezclada y dependiente de la comunidad teatral, comparte con esta
muchas de sus características, unas peores que otras, verbigracia: los
dramaturgos, como los hacedores de teatro, tienden a leer muy poco y mal y se
encandilan fácilmente con el aplauso fácil. A cambio, el medio teatral también
comparte con los dramaturgos uno de sus rasgos más sobresalientes: el teatrero
es, supongo que por la naturaleza colectiva de su trabajo, y su carácter de
hacedor de espectáculos basados en el conflicto, sin duda la comunidad
artística que participa más activamente en la protesta social. Si a alguien,
ajeno a nuestras comunidades, le parece peligrosa esta mezcla de ignorancia y mecha
corta, le quiero decir que el asunto no era grave hasta que los teatreros
comenzaron a usar el féisbuc y el túiter. Ahí sí valió madres. Brotaron pandillas
enteras de estultos semi alfabetizados que, confundiendo escenas, ahora levantan
calaveras para entonar un contundente “ser o no ser” y se agrupan alrededor de
algunas curiosas figuras, dos o tres de ellas con rasgos esquizoides, figuras que
continuamente están lanzando manotazos rencorosos desde sus “publicaciones” y,
con frecuencia, encuentran suficiente eco para pasar de lo ridículo del
berrinche virtual, a lo destructivo de su eco en el mundo “real”.
La estupidez y el oportunismo llegan a tal grado,
que apenas se había desmontado el último escándalo y quedaba más que demostrada
la hipocresía de los denunciantes, cuando una figura más que menor del medio
dramatúrgico, de la que no voy a mencionar ni las iniciales pues no merece ni
ese mínimo honor, el sujeto de marras ya andaba queriendo embarcar a la
comunidad en una cruzada personal contra los organizadores del Dramafest, y
quería hacer pasar una problema personal por un asunto de interés público.
Lo único cierto es que después de cada
escándalo que ha prosperado, la comunidad teatral completa, y la dramatúrgica
en lo particular, han salido lastimadas y cada vez más rotas. No sé cuál sea el
escándalo que sigue, bien decía Tulowitzki que nunca dejaría de maravillarse
con la creatividad de los imbéciles. No imagino cuál sea el siguiente agarrón
en nuestra comunidad ni de dónde venga, no atino decir si nacerá de un berrinche
de Toño Zúñiga o de la sed de venganza de un grupo de alumnos reprobados (como
lo que sucedió, no en el medio dramatúrgico, pero sí en el teatral, en Pachuca
hace unos meses y que le jodió la vida a una maestra decente). Lo que sí puedo
anticipar, es que las redes sociales, con su sed bárbara de sangre de
congéneres, cada vez espacian menos un escándalo de otro. La curva natural
tiene tres puntos clave: la armo de pedo, tengo eco y el linchamiento llega
súbito y al hocico y, el tercero: se aclara el panorama y quedo como un pedero
malaleche. Esta curva tiene un espacio entre una y otra, un entreolas,
determinado por la sensación de “yo creo que ya se les olvidó”. El problema es
que la memoria del medio parece cada vez más corta, y es menos el tiempo que tardan
los animalitos en seguir presurosos e inmediatos el sonoro rugir del cañón. Y
como Pedro y el lobo, son tantos los berrinches pendejos que logran brincar la
virtualidad, que cuando brinquen problemas reales que ameriten la participación
de la comunidad, no sabremos diferenciarlos y le bastará a un funcionario
público con dar una palmadita en la espalda a los manifestantes, para
desactivar la alarma y dejar que pasemos al siguiente tema, como hizo hace poco
el Secretario de Turismo con una protesta de la comunidad, más que legítima y
que desgraciadamente no logró reunir más convocatoria que los cuatro locos de
siempre con sus pancartitas.
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