El poeta
Luis Alberto Arellano murió esta tarde.
Lo conocí
muy poco, pero lo conocí.
Fuimos
juntos a algunas marchas.
Entramos
juntos a uno que otro proyecto ridículo.
Editamos
algunos libros juntos.
Nos cogimos
más de una vez a la misma vieja.
A veces él
primero, a veces yo después.
Cuando lo
conocí él tenía 18, yo 25, como en una historia de amor.
Algunos de
mis gestos, muchas de mis palabras, casi toda mi arrogancia y mi cinismo, los
tomé de él.
Sin que se
diera cuenta, claro.
Y aunque no
fuimos muy cercanos, yo siempre presumí que era mi amigo.
Lo
consideraba una parte de mí.
Pero se
fue.
En este
momento pienso que lo hizo para molestarme, no sé ni por qué.
Eso pienso.
Siento que
se fue una parte de mí.
Siento que
acabo de perder ciento sesenta quilos.
Mis mejores
ciento sesenta quilos.
Los únicos
que valían la pena.
Adiós
poeta.
Acá nos
quedamos los legos.
Mi gordo.
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