Los hijos que dejé regados
Lic. Luis Enrique Gutiérrez O. M.*
Jaimito (Sensacional de maricones) fue un hijo
planeado pero no querido. Al principio, realmente yo no lo quería, lo llegué a
aborrecer. Si le puse Jaimito fue por Jaime Chabaud, que siempre me ha caído
gordo. Pero con el tiempo Jaimito fue ganándose el corazón de su orgulloso
padre. El Quijote formó su identidad leyendo novelas de caballería. Madame
Bovary, construyó un mundo de fantasía en las novelitas románticas. Jaimito,
como ellos (más o menos), construye su identidad leyendo revistillas de
maricones de esas que venden en los quioscos y, como el Quijote y la Bovary, no
puede evitar que la realidad y su fantasía colisionen estrepitosas. Como no
amarlo, pues, si compartimos la misma clase de ingenuidad: siempre fracasé en
la realidad, solo me he mantenido a flote en esos mundos imaginarios que
comienzan y terminan en la palabra.
Una de las maneras en las que más
contundentemente he chocado contra la realidad ha sido con un sinfín de
negocios de fábula que nunca terminaron bien. Edi Torquemada y Rodolfo Caterina
(Diatriba rústica para faraones muertos, Edi y Rudy, De cómo este animal…), resumen
muy bien mis fracasos como emprendedor. Son el par de seres más imbéciles de
este planeta, pero no por ello dejan de intentar nuevos negocios, cada vez más
estúpidos, cada vez más peligrosos para la sociedad y para ellos mismos. Los
amo porque, aun cuando siempre terminan mal, siguen y siguen. La enfermedad, en
esto, ha sido una bendición para mí: estar cuatro de siete días en cama y los
otros tres no siempre muy dispuesto, me han frenado en mis afanes
empresariales. De otra manera, actualmente con seguridad me verían durmiendo
debajo de un puente. Mi querido Manolo Domínguez, que es un grandísimo actor
pero hizo un terrible Edi Torquemada, decía que este par de granujas
representan al “súpermexicano”, en alusión obvia y paródica del “superhombre”
nietzscheano. La idea es bonita.
Jaimito y Edi y Rudy se parecen a mí, pero Demetrius
(Demetrius o de la caducidad) es el vivo retrato de su padre. Si los hijos que
cité antes tienen algo o mucho de mí, Demetrius me resume en plenitud a mis
cuarenta años, más o menos por las fechas en las que lo concebí. Me resume
tanto y tan bien que no sé ni por dónde comenzar y si hay manera de llegar a un
último término: mi incapacidad para formar una familia más o menos funcional,
esa estúpida arrogancia con la que ando por el mundo, mis genes torcidos que
solo crean engendros, de papel, pero engendros al fin. También está mi
disposición natural a ponerme en situaciones en las que soy estafado o vilmente
traicionado, mi falta absoluta de ambiciones. Demetrius me define en la forma,
pero más claramente en el tamaño: soy pequeño, muy pequeño.
Aunque en todos mis personajes masculinos hay
algo de mí, es en estos cuatro en quienes encuentro trazos con las líneas más
largas y nítidas. Claro que el Desarrollador inmobiliario de Civilización tiene
mi socarronería y Chato Maquensi (Chato, la serie), es una gran construcción de
esos pequeños detalles que llenan mi día a día, y el enamorado sin nombre de De
Bestias, creaturas y perras resume fielmente cómo veía mi mundo cuando mi
enfermedad se hizo irreversible y aún no la asumía ni había aprendido a
quererla. Pero los cuatro mayores hablan de mí en un largo plazo, me retratan
más de cuerpo entero, con las precisiones que ya di.
De las mujeres, qué decir. La mayor parte de
mis personajes son mujeres, y casi todas, por lo menos las que valen la pena,
están construidas en mujeres que amé y admiré y, en algunos casos que amo y
admiro. Mi querido amigo y gran poeta León Plascencia Ñol, que ha pasado más o
menos las mismas en estas cosas del amor, convino conmigo que para poder
establecer una numeralia clara, es necesario establecer parámetros, así,
determinamos que para decir que una mujer fue “mi mujer”, con toda la deliciosa
testosterona que implica el posesivo, para considerarla así debimos haber
vivido con ella por lo menos un año. Siguiendo estos parámetros, yo “he tenido”
seis mujeres. No es algo para presumir, es solo la demostración numérica de mi
fracaso en las relaciones. Seis. A todas las amé, algunas, ya terminada la
relación, siguen siendo mi familia, y a las menos les escribí su obra. La más
cabrona de las sin nombre de Las chicas del Tres y media Floppies es demasiado
Bruna como para negarlo. La exesposa bribona e impredecible de Chato Maquensi
es, obviamente, Alejandra Serrano. A Laura le he escrito más de las dos obras
que ella cree. No voy a decir aquí cuáles son porque el asunto está demasiado
fresco y corro riesgos. Graves riesgos. A Carolina la amé y ahora es una
hermana distante, pero no le escribí nada. Seguramente algunos poemitas y
cuentos, pero no le tocó su obra y me siento en deuda por ello.
Por seguir con las mujeres, en Los restos de la
nectarina aparece una madre desgraciada y tres hermanas, dos gordas y una
flaca. Esas son mi mamá, que en paz descanse o como se acostumbre decir, y mis
tres hermanas, de las cuales Viqui ya murió también. La flaca es Luly, mi
hermana menor. Ella tiene un trabajo quijotesco: recorre cada semana Centroamérica
haciendo un trabajo que ni Sísifo bien pedo agarraría: intenta combatir la
trata humana. Ella es mi gran orgullo, pero salvo esa primera obra, en la que
algo aparece y parece, siento que le debo su obra.
Para ser un autor que se considera clasicista y
formalista, descubro que he confiado mucho en quienes conozco para estructurar
mis personajes, no solo eso, por más que quiero ver en el personaje una idea y
no el retrato de un ser humano, como Balzac los he llegado a considerar amigos
personales, y más aún, sustitutos de esos hijos que nunca tuve. He dicho más de
una vez que no es que odie al ser humano, que lo que no le tengo es respeto. Lo
sostengo. No imagino cómo puede alguien ser dramaturgo respetando en el papel
las miserias de la carne. A quienes amo y respeto es a mis perros. Durante años
fueron mi gran amor y compañía. Muchos ya murieron, otros andan regados por ahí
porque los doctores dicen que no puedo vivir con ellos. Y deben tener razón:
son adorables pero sucios y apestosos. Los nombres de casi todos mis perros se
los puse a algunos de mis personajes, solo los nombres y acaso alguno de sus
rasgos. Es solo un pequeño homenaje a quienes me hicieron feliz después que la
humanidad se declaró incompetente en el tema.
*Para quienes lo notaron: firmo esta
nota como “Lic.”, solo para presumir que hoy me entregaron mi título. Putos.
Estimadísimo y preclaro licenciado, festejo su texto. Un abrazo.
ResponderEliminarMi amor... Mi Lic.
ResponderEliminarLicenciado… Muchas felicidades. Como siempre un escrito delicioso de leer, y me dio mucho gusto conocer el origen de Jaimito… Una vez lo vi en escena, y no pude evitar quererlo.
ResponderEliminarGenial deslinde querido Licenciado Legom.
ResponderEliminarYa llegué a Córdoba. El miércoles 17 es Demetrius . Dos funciones 6 y 8 PM:
Qué bueno que ya eres lic. ¿Lic. Legom? Felicitaciones.
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