¿Teatro para bebés? No mames
Luis Enrique Gutiérrez
O.M.
Lo políticamente correcto siempre ha rondado lo
baboso, pero hay veces, que lo baboso se arrastra sin que lo notemos a lo
realmente estúpido, entonces se instala muy propio en un lugar donde la mínima
semántica no tiene cabida, confundiendo términos tan distantes como teatro y
kínder garden.
Esto lo digo porque antier me cayeron en bola y
muy decididas, como aquellas bigotonas del Anacleto Morones. Eran cuatro y yo
estaba solo. Me agarraron de plano en curva.
—Maestro, venimos
desde muy lejos para pedirle que nos escriba una obra.
—De qué mierdas
hablan.
—De teatro, maestro,
usted nos puede escribir una obra gratis porque somos un grupo de actrices jóvenes,
ágrafas y bien dispuestas, y andamos buscando a un pendejazo que nos escriba de
a grapa.
—Llegaron con la
persona indicada. ¿Y como qué tipo de teatro hacen?
—No entiendo la
pregunta.
—¿Universitario,
comercial, de chistes y pelos?
—Ninguno de esos,
señor, hacemos teatro para bebés.
—¿Para bebes?
—Sip, para bebés.
—¿De esos que cagan,
chillan y babean?
—Para ésos mismos,
señor. Bebés. Los queremos estimular.
—No mamen. Seguro me
las mandó Édgar Chías.
—No, maestro, fue
Enrique Olmos.
—¿No se ofenden si las
mando a chingar a su madre?
—De ninguna manera,
maestro, somos actrices, estamos muy acostumbradas.
—¿Antes de irse
quieren un vaso de agua de guayaba?
¿Se puede hablar de teatro cuando un
espectáculo está dirigido a unas personas que tienen la dimensión social tan
desarrollada como un tamal de elote? ¿En serio? ¿Se puede decir que es teatro
algo que funciona más o menos como el condicionamiento de perros de Pavlov?
Laura Castro, propone en esta línea, un espectáculo de “teatro para bebés” que
consistiría en sentar a los críos frente a una enorme chichi, pongamos que, sin
comprometer la producción, de unos dos metros de diámetro y con un pezón del
tamaño de una gorra de esquiador. La idea es que la enorme chichi tenga un
movimiento y secreción ocasionales que hagan babear y berrear al respetable.
Tespian. Tespian.
Más grave resulta pensar que invertimos años de
formación en un individuo que en lugar de pensar en golpear a su sociedad con el
duro garrote de la escena se pone a ejecutar algo más parecido a terapias
pedagógicas de una señorita con título técnico en Gestalt. Si un actor o
director tiene la autoestima tan jodida como para esto, está bien. Allá él. El
tema del amor propio y la dignidad entre los hacedores de teatro es algo que
todavía me rebasa. Pero que a esas mamadas preverbales le llamen teatro es más
menos como llamarle medio de transporte a una escoba o Dios todopoderoso al
venadito de Yon Diir.
La más gordita se veía excitada. Sus ojos
parecían mojarse cuando alguien mencionaba la palabra “bebé”. La imaginé
representando a Salomé frente a un auditorio de fetos bien sentaditos en sus
frascos de formol. En algún momento, pensé, la casquivana podría sacar de
ninguna parte una aspiradora para legrados de medio uso y los fetitos
golpearían eufóricos el cristal de sus asientos. Así pensado, eso de teatro para
bebés ya no me pareció tan mala idea.
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