Mi amigo Hosmé
Luis Enrique Gutiérrez
O.M.
Hoy fui a diálisis como lo hago desde hace diez
años tres veces por semana. No estaba Hosmé. Sé que es algo que suena estúpido,
pero hasta hoy a las siete caí en la cuenta de que Hosmé no estaba en la
máquina cuatro y que ya nunca va a estar ahí. Hasta este momento me cayó todo
el paso de la muerte de mi amigo.
El viernes me despedí de él con un “nos vemos
el lunes”. Estaba bien de salud. Para sufrir de insuficiencia renal crónica
estaba más que bien. Por lo menos, mucho mejor que yo. Ayer le iban a cambiar
el catéter, algo que el angiólogo había postergado unas semanas por estar de
vacaciones. Una intervención de mera rutina. En serio, menos problemática que tapar
una carie. Lo que haya pasado, no tenía que haber pasado. Punto.
Cuando uno tiene tan pocos amigos como yo, la
muerte se vuelve absolutamente incomprensible, por lo menos algo muy jodido.
Hay semanas que solo salgo de la cama a la diálisis, así que no conozco mucha
gente. Hace unos meses Hosmé llegó a la diálisis como un regalo, un regalo que
al final de mi vida no esperaba. Éramos compañeros de banca. A él lo
hemodializaban en la cuatro, a mí en la tres. Normalmente, los nefróticos son
menos interesantes que una hormiga, así que tener de compañero a este
maravilloso conversador era realmente la lotería. A veces se soltaba hablando,
hablando y hablando. Hablando de cuando trabajó en el Blanquita, presumiendo
orgulloso su trabajo como ecónomo de la orden franciscana, hablando de sus
animalitos, de todas las cosas curiosas que vivió en más de cuarenta años con
su Virgen loca, y de sus amigos entrañables: su compadre Manuel Fierro, Lupita
Balderas, el Pelón Bautista. También platicaba mucho de Luzma, pero aclarando
que “ella es amiga de mi mamá”. Supongo que todo lo que platicaba era la pura
verdad, porque repetía miles de veces algunas de las historias y nunca cambiaba
ni un detalle. De comida y cocina, también le encantaba hablar de cocina. Y de
Xalapa, de ese Xalapa que hace mucho ya no es y nunca será de nuevo.
El teatro xalapeño hoy perdió a su
representante por antonomasia. Nadie representaba ni representará lo que Hosmé
Israel, él era la encarnación pura del nuestro teatro. Yo perdí a mi amigo, el
de la máquina cuatro. Solo hasta hoy a la siete entendí todo el cariño que le
tuve, todo lo que perdí. A ver ahora a quién ponen en la cuatro.
Lamentable perdida... El mundo del teatro xalapeño esta de luto.
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