El teatro narrado ha muerto. ¿En serio?
Primera parte
Luis Enrique Gutiérrez O.M.
Yo pensaba, ingenuo como soy, que una regla no
escrita en las redes sociales dictaba que se pueden decir todas las pendejadas
que se quieran, de manera inmediata e irresponsable, mientras no se tocaran
temas realmente serios. Pero no. De hecho, los temas serios son los que más
acostumbran acometer las hordas feisbuqueanas del teatro nacional. Así, vuelvo
a encontrarme con el disparate de anunciar la muerte del teatro narrado. Ahora
lo avienta —otra vez— un querido amigo mío que ama la diatriba y supongo que
tiene la tarea de embarcarme en esas discusiones pendejas que se dan en la red
y no tienen final ni ganancia posible, pues no presumen una sola regla de
honor: se puede lanzar con toda impunidad cualquier argumento, por más ridículo
que este sea, no tienen un frente de batalla definido pues en cualquier momento
entran nuevos jugadores, muchos de ellos anónimos, a soltar mandarriazos por la
espalda y, para colmo, cuando el jugador que ha propuesto el tema se siente
amenazado, simplemente borra la “publicación”, y se regresa a rascarse muy
orondo las pelotas.
Tan irresponsable es decir que el teatro
narrado ha muerto, como lo era cuando muchos presumían que el teatro dialogado
era amor de muy ayeres. Antes de que el teatro fuera “teatro” en Occidente, era
narrado, es decir, alguien que no pretendía ser otro ni estar en otro tiempo y
lugar, se plantaba frente a una comunidad y de manera frontal le contaba una
historia a ese grupo que lo miraba (centro de atención). En términos puros y
duros, eso era lo que ahora llamamos teatro narrado en su forma más cerrada: se
caracterizaba por dirigirse directamente al público (frontalización), contaba
una historia en pasado, sin pretender “traerla” al “está pasando” y, como ya
dijimos, relacionado con todo esto, no había intento de decir yo soy otro
(personificación) ni se pretendía que eso estaba pasando en otro lugar y otro
tiempo. Esto lo hacían los aedos, cuando recitaban epopeyas, y lo hacía el
ditirambo, en el que se avanza hacia la tragedia pues ya tenemos más “actores”,
se aporta algo que ver, con la complejidad visual que suponen las coreografías
y, sobre todo, hay una selección de hechos: ya no se intenta platicar por
capítulos toda la guerra de Troya, por ejemplo, sino que se escoge un
personaje-línea de acción, lo que irá acomodando el relato a los tiempos del
espectáculo e irá modelando las estructuras del relato para la escena.
Esto funcionó en la Grecia clásica por mucho,
pero mucho tiempo. Todo iba bien hasta que apareció el diálogo. Y con el
diálogo todo lo anterior se fue a la mierda. La gente común no se da cuenta de
esto, pero el teatro dialogado es uno de los inventos más importantes para la
humanidad. Como llevamos dos mil quinientos años haciendo teatro dialogado (y
todo lo que se derivó de él), lo damos por sentado, pero en tiempos de Esquilo
debió ser una verdadera bomba. Hoy por hoy, si reunimos lo que representan en
términos económicos todas las industrias que derivaron de este teatro o se
basan en él, estamos hablando de una industria casi tan grande como la
armamentista o la de los cosméticos, por ejemplo.
Yo digo que todo esto comenzó con un momento
mágico, en un movimiento sencillo, en el que el protagonista, por primera vez,
deja de ver hacia el público, y da un giro de noventa grados en el sentido de
las manecillas del reloj y ve a los ojos al antagonista. Buuum, putos. Requete
buuum. A partir de ahí, la historia de Occidente ya no sería, pero ni por mucho,
la misma. Con este movimiento nace lo que ahora entendemos como escena, nace lo
que entendemos por diálogo, en términos del espectáculo, nace el eje de
relación antagónica que definirá por más de dos mil años la construcción del
personaje y solo con pequeños ajustes brincará hacia el modelo naturalista. Y
nació el teatro, bitches.
El tema es demasiado largo, y ya me pasé de
palabras, le seguimos mañana.
Estrambote
Para deleite de los expandidos hay que decir
que mientras a la tragedia solo asistía en Atenas menos del 10% de la población
y durante ciertas fiestas, en la plaza, el otro noventa se deleitaba con los
mimos callejeros, de los que no nos quedan muchas referencias escritas. Y para
ser justos, el teatro de calle es la única tradición teatral que tiene dos mil
quinientos años, realmente ininterrumpidos, en Occidente. El teatro-teatro, se
pierde durante largos periodos, y para renacer siempre recurre a dos fuentes:
la tradición escrita del teatro clásico, y los haceres, siempre presentes, del
teatro de calle.
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